EL CORREO 17/06/13
MAITE PAGAZAURTUNDÚA
He defendido alguna vez que no creo que tengamos distancia suficiente para edificar la memoria institucional del horror en el que chapoteábamos para sobrevivir. Me parecía que no estábamos maduros para la memoria colectiva de estas décadas. Pensaba –pienso– que el miedo ejerce demasiada presión sobre nuestras conciencias a la hora de valorar la estrategia sistemática de la violencia de ETA y su entorno. Sin embargo Joseba Arregi ha venido alertando de dos grandes presiones ineludibles a las que se está sometiendo a la opinión pública vasca.
Una, la del olvido interesado a través de palabras bonitas como reconciliación, convivencia o reconocimiento mutuo.
Otra, la de la desfiguración de lo acontecido para propiciar la exculpación de responsabilidades.
Considera Arregi que si no se impide la contra-narrativa, no se podrá contar la verdad, ni se podrá obligar a asumirla a los responsables de décadas de terror.
El terrorismo es una violencia que reclama legitimidad también a posteriori y la nueva Batasuna, el colectivo de presos o la ETA no disuelta no renuncian ni a su narrativa, ni a su historia, ni a exigir un discurso cómodo exigiendo que no se les incomode. El pacto tácito en el que parece moverse gran parte del Parlamento vasco sería el de que a cambio de dejar de matar hay que generar un espacio cómodo para encajar el discurso de ETA y un espacio cómodo para eludir las condenas de los jóvenes y mayores que están en la cárcel. Lugar al que les llevaron sus conmilitones y sus líderes políticos, con sus discursos, su política de captación y de adiestramiento para matar.
Uno de los analistas más reputado de la prensa vasca ha escrito estos días que los planes del Gobierno vasco pueden convertirse en una especie de placebo que evite un relato verídico y justo del pasado y que sobra la ingeniería social que buscaría arcangél-icamente resetear ciudadanos ideales para los nuevos tiempos.
Digerir el pasado es un proceso incómodo y molesto, pero necesario. Y el lenguaje, en esta fase, va a ser el principal terreno de verdad o de maquillaje del terror. Mirando con distancia cómo se escaquea el mundo de ETA, el voluntarismo arcangélico, los más dulces de entre nosotros, cabe preguntarse cuál es el centro de gravedad que esconde ETA.
Grundy, estudioso de las ideologías de la violencia puede servirnos para entender que debemos evaluar democráticamente las demandas terroristas y no dar otra respuesta que la prevista legalmente. Seguramente le conviene a la sociedad dejar en evidencia los saltos argumentales y piruetas que el mundo de la vieja-nueva Batasuna realiza para no arañar la legitimación de su historia y de su ideología.