Editorial-El Correo

  • La intimidación del chavismo a Edmundo González para que aceptara el supuesto triunfo de Maduro retrata a la autocracia venezolana

La sola imagen de Edmundo González Urrutia firmando un documento de implícita aceptación de la pretendida victoria de Nicolás Maduro dentro de la Embajada de España en Caracas, ante la presencia de la vicepresidenta del Gobierno chavista, Delcy Rodríguez, y del presidente del Parlamento venezolano, Jorge Rodríguez, revela las condiciones en las que logró salir de aquel país para buscar asilo en el nuestro. Bajo «coacción», según sus propias palabras, el candidato de la oposición desistió de ejercer como presidente electo en el exterior. Un supuesto tan imposible de materializar que la imposición solo buscaba doblegar su dignidad cuando se encontraba bajo el amparo de la legación diplomática española. La presencia en ella de dos puntales de la autocracia venezolana en una actitud intimidatoria es inadmisible y requiere explicaciones. Entre otras razones, porque cuestiona la versión oficial de que el exilio de González no fue fruto de una componenda entre los dos ejecutivos.

La revelación de tan elocuente episodio coincide con su reconocimiento por parte del Parlamento Europeo como virtual ganador de las elecciones del 28 de julio, como ya habían hecho el Congreso y el Senado. Resoluciones de carácter testimonial en el mejor sentido del término porque expresan una lógica aplastante de la verificación democrática: si un mandatario en ejercicio y las instancias de poder que controla se niegan a mostrar las actas de su reelección cabe sospechar que el ganador ha sido otro. Cuestión distinta es que ese pronunciamiento, no secundado de momento por la UE ni por sus gobiernos nacionales, vaya a contribuir a que Maduro ceda el poder.

No es bueno que lo que sucede en un país se convierta en motivo de controversia partidaria en otro. Pero tampoco lo es que la ambigüedad socialista vaya de la mano de la complacencia de su flanco izquierdo hacia el régimen de Caracas sobre el supuesto de que la no beligerancia propicia el diálogo y la transformación del chavismo en una fuerza dispuesta a asumir sus derrotas. La encomienda de la Eurocámara a las instituciones de Bruselas para que hagan todo lo posible en aras a garantizar que González Urrutia asuma la presidencia de Venezuela el 10 de enero de 2025 es un propósito tan cargado de buenas intenciones como inalcanzable sin que medie la implosión del chavismo. Una hipótesis aún más improbable mientras las izquierdas españolas y europeas consideren que tal eventualidad solo beneficiaría a las derechas.