El Correo-JORGE URDÁNOZ GANUZA Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pública de Navarra

En España parece que o se gobierna con rodillo absoluto o el país no puede funcionar. Una idea absurda en el contexto europeo en el que los ejecutivos de coalición son la norma

España es el único país de Europa donde, en más de cuarenta años de democracia, siempre ha habido, a nivel estatal, gobiernos controlados por un solo partido, nunca se ha formado un gobierno de coalición, y todos los gobiernos se han basado en una minoría de votos populares». Son palabras de uno de nuestros mejores politólogos, Josep María Colomer. Desgraciadamente, en Moncloa siguen empeñados en darle la razón.

Hay al menos dos razones por las que los gobiernos de coalición son una buena idea. La primera descansa en la intuición liberal del miedo al poder absoluto. Una intuición que desembocó, como es sabido, en la precaución institucional de dividir el poder. Dividir el poder es la forma más obvia de debilitarlo, de des-absolutizarlo. En la formulación clásica, de Madison en EE UU o de Montesquieu en Europa, el poder se desmembraba en tres. Ya saben, el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Y así no existía un poder absoluto, sino que el poder se diseñaba –se constituía, pues eso es entre otras cosas una Constitución– para que se vigilara a sí mismo, para que se autocontrolara. Es uno de los descubrimientos institucionales más inteligentes, prudentes y beneficiosos de la historia. Lo malo es que, en el siglo XX, un nuevo sujeto político –los partidos– lo inutilizó por completo.

En efecto. Los tres poderes se podían vigilar entre sí porque estaban ocupados por sujetos diferentes. Los parlamentarios –que en la cabeza de Montesquieu y Madison, y todavía en el siglo XIX, eran sujetos individuales, con su propio criterio, movidos tan solo por sus peculiares ideales políticos– podían controlar al gobierno, formado por otros sujetos individuales diferentes. En el siglo XX eso saltó por los aires. Tanto en el parlamento como en el gobierno –esto es, en dos de los tres poderes– se sentaba un único sujeto: un partido político. Es absurdo pensar que un parlamento con mayoría absoluta del PSOE va a controlar a Rodríguez Zapatero, como lo es considerar que uno con mayoría del PP vaya a controlar a Mariano Rajoy… ¡son el mismo sujeto! Y un sujeto no se controla a sí mismo, sino que ha de ser controlado por algo externo.

Por eso son tan importantes –mirar en Europa– los gobiernos de coalición. Porque en ellos se cumple la idea básica perseguida tanto por Madison como por Montesquieu: que no haya un solo sujeto al mando. Un gobierno de coalición

incluye dos o tres partidos, esto es: dos o tres voces, dos o tres miradas, dos o tres perspectivas. Y ya solo eso garantiza que sea más complicado caer en ciertas tentaciones. Todo lo que sea ilegal para empezar, como, por ejemplo, la corrupción. Miren, de nuevo, Europa.

La segunda razón no tiene que ver tanto con el liberalismo como con la democracia. Por motivos que hunden sus raíces en nuestro peculiar proceso de transición a la democracia, en España se sobredimensionó institucionalmente –mediante el sistema electoral, mediante un parlamentarismo atenazado y casi inerme; y mediante la moción de censura constructiva– la pujanza del poder ejecutivo sobre los demás. Una de las consecuencias ha sido la mitificación de la mayoría absoluta y la deslegitimación de los gobiernos de coalición.

Parece que, entre nosotros, o se gobierna con rodillo absoluto o el país no puede funcionar. Una idea absurda en el contexto europeo –en el que los gobiernos de coalición son la norma– que ha permitido a cierto partido lanzar la estrafalaria y democráticamente vergonzosa idea de que un gobierno de coalición viene a ser un ‘pacto de perdedores’. Es todo lo contrario: si el partido más votado no tiene mayoría, entonces ese partido representa a una minoría; y si varios partidos pactan entre ellos, ese acuerdo representa a una mayoría de los votantes. Y en democracia gobierna la mayoría, no la minoría, a no ser que veinticinco siglos de filosofía política hayan sido desbancados por alguna lumbrera de Génova.

Así que, frente a lo que afirman muchos, las coaliciones son normalmente algo no solo plenamente legítimo, sino considerablemente benéfico para el funcionamiento de nuestras actuales democracias de partidos. Y lo son por razones avaladas por dos de las grandes filosofías políticas existentes. Por el liberalismo, en primer lugar, porque una coalición es un antídoto contra los peligros del absolutismo. Y por la teoría de la democracia, en segundo, porque solo una coalición hace posible que gobierne la mayoría. Pero no sé yo si Pedro Sánchez –ni su válido en la sombra, Iván Redondo– atienden a este tipo de razones políticas, en el sentido profundo y noble de la expresión ‘política’, si no que tengo para mí que entienden la política como un mero juego de estrategias y espejos, vacío de todo aquello que vaya más allá de lo táctico. Y ojalá me equivoque…