Mikel Buesa-La Razón
En esta campaña adelantada para las próximas elecciones generales, el aspecto que llama más la atención es que ninguno de los partidos en liza espera ser un ganador indiscutible; es decir, un vencedor capaz de lograr la investidura sin dificultades y formar gobierno. El motivo es obvio: la fragmentación electoral que se instaló en diciembre de 2015 sigue ahí, incluso con nuevos actores, lo que hace prever o bien una nueva situación de bloqueo o bien una trabajosa coalición post-electoral de estabilidad más o menos incierta. No obstante, conviene aclarar que, en este momento, la información disponible acerca de las intenciones de los votantes es lo suficientemente viscosa como para que resulte muy difícil adelantar una previsión acerca no ya de los detalles de tal alianza, sino incluso de sus alineamientos básicos. O sea, si concernirá a la izquierda o a la derecha, y si reunirá a dos o más actores.
En tal situación, lo que cabría esperar es que los partidos desplegaran su oferta programática para tratar de convencer a los ciudadanos y lograr su voto. Pero, sorprendentemente, esto es algo que brilla por su ausencia, más allá de unas exiguas colecciones de titulares, muchas veces improvisados al hilo de lo que cada formación logra introducir diariamente en el debate electoral. En cambio, abundan los pronunciamientos acerca de las preferencias post-electorales de cada uno de los contendientes. Aunque éstas son por lo general obvias, en ciertos casos resultan sorprendentes, principalmente por su carácter contradictorio. Por ejemplo, Ciudadanos ha condenado de entrada al PSOE para inclinarse hacia el PP, a quien ha ofertado formar gobiernos en todos los niveles. Pero, inopinadamente, su candidata en Madrid, Begoña Villacís, ha desmentido por dos veces esta posición con un intermedio en el que parecía aceptarla. Lo mismo ha podido verse entre los seguidores de Puigdemont con respecto a Sánchez, dependiendo de las ofertas de ida y vuelta del líder socialista catalán Miquel Iceta. Los únicos que callan, de momento, son los nacionalistas vascos, tal vez por su inveterada experiencia de poner sus huevos en todas las cestas.
Lo absurdo de estos vaivenes asentados sobre futuribles inciertos es que la mayor parte de las veces están llamados a diluirse en la negación y el olvido. Ello porque, de acuerdo con la especificidad de nuestro sistema electoral, las únicas coaliciones que pudieran resultar exitosas son las pre-electorales. Y la razón es simple: con ellas se puede aspirar a obtener la prima de representación que ofrecen las provincias de poca población, las de la España vacía. Todo lo demás no son sino proposiciones que se hacen a humo de pajas, son palabras necias, nada fiables.