José María Ruíz Soroa-El Correo
La recuerdan? Quizás no, porque la sociedad vasca prefiere olvidar su pasado comportamiento abyecto, pero la coartada moral que usábamos casi todos en los setenta y ochenta cuando los chicos de ETA mataban a algún pobre diablo, policía casi siempre, era la de «algo habrá hecho». Era la forma de tranquilizarnos el ánimo ante algo que en el fondo sabíamos que era un crimen, un tanto incómodo para la conciencia, pero que nos negábamos a llamar por su nombre. «Algo habrá hecho». No sé qué ni cómo ni cuándo de ese ‘algo’, pero esa simple frase me permitía rehuir el juicio moral que me exigía el asesinato de otra persona. Todos la admitíamos como moneda contante de pensamiento. Era la coartada perfecta para los hemipléjicos morales y los cobardes políticos, casi todos nosotros.
Bueno, pues ahora parece que se está patentando una nueva forma de coartada moral para no tener que afrontar por derecho lo que a todas luces es un crimen contra la libertad. Cuando los chicos de siempre, muy populares eso sí, esos a los que antaño se llamaba ‘turbas’, les montan una agresión verbal y física a algunos políticos de derechas o de centro (llámense Álvarez de Toledo, Pagazaurtundua o Rivera) para impedirles que hablen ‘aquí’ o ‘allí’, tanto los nacionalistas de siempre como las izquierdas bobas recurren a esa nueva coartada moral: hombre, no está bien, rechazamos desde luego la coacción, pero la verdad es que «se lo están buscando deliberadamente, en el fondo es lo que están deseando». Son ellos los que provocan, y lo hacen por interés propio. Turbio interés. ¿Se lo merecen?
La coartada es magnífica y acogedora, hasta el punto de que se extiende por toda España. La profieren igual los de Podemos que los del PSOE, los del PNV o los de Esquerra. Les permite situarse un poco por encima de todo, como supremos árbitros morales. No están por los escraches violentos, faltaba más, pero tampoco por la desfachatez de unos políticos de derechas que se atreven a presentarse en Barcelona o en Rentería para hablar de libertad, a pesar de que saben que allí no los quieren ni les vota nadie. ¡Qué ocasión perdida para emular a Voltaire cuando decía (es apócrifo) aquello de «odio su mensaje pero daría la vida por su derecho a pronunciarlo»! Supone uno que libertad es disentir, sobre todo disentir con la mayoría, con la unanimidad si se tercia. Pero no, libertad es callarse donde no quieren oír lo que escuece.
Lo de Alsasua era una provocación de unos chulillos guardias civiles que se presentaron a exhibirse en una taberna popular, lo de Rentería un insulto de unos políticos a quienes nadie vota en Vascolandia, lo de la Universidad Autónoma de Barcelona una provocación fascista de unas tipas aristocráticas. Y tan contentos. Con tan poco esfuerzo podemos quedar bien e incluso ir a cenar con el Otegi de turno. El estará de acuerdo con nuestra coartada moral, seguro.