Ni la cobardía ni la mentira parecen haber hecho mella en el electorado independentista. En Cataluña el secesionismo sufre una «disonancia cognitiva»
¿Justifican las «estrategias de defensa» la cobardía o la mentira? Casos de cobardía son las retractaciones de dirigentes del proceso soberanista que ante el magistrado Pablo Llarena se han comprometido a dejar la vida política, abandonar el unilateralismo y no volver a incumplir nunca más la ley, pese a que en su trayectoria se han mostrado como los más arrojados independentistas. Son personas que se han venido abajo, que cuando urdieron el plan separatista, o eran unas culpables ignorantes de la trascendencia de sus actos, o, directamente, frívolas y banales. Luego están los mentirosos, aquellos que niegan la realidad de lo que ocurrió al estilo de lo que ha confesado Artur Mas: la declaración unilateral de independencia del 27 de octubre pudo ser «un engaño». O Trapero, que ayer endosó toda la responsabilidad a Puigdemont, mientras los demás insisten en el carácter «simbólico», «testimonial» o meramente «declarativo» tanto de las leyes de desconexión como de la famosa DUI.
Unos y otros –cobardes y mentirosos— se amparan en la «estrategia de defensa» como gran coartada. La cuestión es que al Tribunal Supremo nadie le va a convencer de que los presuntos delitos que cometieron los 28 imputados por el proceso soberanista consistieron en una mera mascarada, en una ‘performance’ festiva, pacífica y poco menos que inocua, mientras el expresidente sigue huido en Bélgica haciendo cuanto daño puede al Estado español y Anna Gabriel se refugia – su ‘look’ batasuno tuneado, perpetrando así un forma sutil de impostura— en la amable Suiza. La fuga de la Justicia es también una «estrategia de defensa».
El proceso soberanista ha sido una colosal mentira culminada con una enorme cobardía. Les sugiero la lectura de ‘Empantanados’ (Editorial Península) de Joan Coscubiela, el izquierdista rectilíneo —procede del PSUC y del sindicalismo de Comisiones Obreras— que en el Parlamento catalán puso en pie y enardecida a la oposición del PP y de Ciudadanos —también de algunos diputados del PSC— cuando la mayoría trituró los derechos de la minoría en el pleno que se celebró los días 6 y 7 de septiembre con ocasión de la aprobación de las leyes de referéndum y de transitoriedad y fundacional de la república. Su discurso de denuncia fue antológico.
Transcribo algunos pasajes de este libro que enlazan con la convicción de que el proceso soberanista ha sido cocinado por cobardes y mentirosos, con alguna excepción que confirma la regla. De ahí que Coscubiela sostenga que «cuando hablo de ‘procesismo’, lo hago para identificar una estrategia que yo considero de manipulación partidista de la independencia y del independentismo. En la que la ilusión se confunde con la ficción y la astucia, con el engaño».
El proceso soberanista ha sido una colosal mentira culminado con una enorme cobardía
Coscubiela es muy duro con el empleo de la astucia como recurso mentiroso, del que culpa también a los medios de comunicación catalanes (a los que denomina «División Mediática Ítaca») y sentencia que «quien a astucia mata, a astucia muere». Y reconoce paladinamente que «el papel de los equidistantes silenciados ha sido muy importante durante todo el proceso. Lo ha sido sobre todo su silencio. Peligroso. Porque no era voluntario sino autoimpuesto».
Pudiera ser que el espectáculo de cobardía y mentira haya hecho mella en el electorado independentista. Ayer el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat constataba que el separatismo perdía diez puntos desde octubre y más de siete desde el 21-D. Pero más de un 40% de catalanes persiste en la creencia de la impostura. Desconcierta que así sea, pero Coscubiela ofrece una explicación: en Cataluña ese amplio sector social sufre una «disonancia cognitiva», es decir, sigue viviendo en una realidad alternativa en pelea con la que no lo es. Al autor le «cuesta creer en ese grado de disonancia cognitiva en el que se puede vivir para no darse cuenta de que las cosas no iban por el camino que esas personas imaginaban». Y sigue: «Nadie era capaz de decirles a esas personas que la independencia unilateral ‘low cost’ no era posible. Nadie fue capaz de decirles todo aquello que los miembros del Govern y los dirigentes del ‘procés’ se explicaban entre sí discretamente: que la DUI había sido una gran ficción, un gran autoengaño«. También el catedrático de Psiquiatría, Adolf Tobeña, en ‘La pasión secesionista’ (EDlibros), entiende el seguimiento del independentismo emocional en clave de psicología colectiva alterada.
Esta crisis —aún lejos de estar concluida— ha sido resultado, en buena medida, de la mentira y de la cobardía de sus ejecutores. Y las comparecencias judiciales ante la Audiencia Nacional y ante el magistrado de la causa especial del Tribunal Supremo son el escaparate de la catadura cívica y ética de los dirigentes del ‘procés’. Que no merecen a los electores que les siguen, instalados aún en la «disonancia cognitiva» de seguir creyendo en lo que ya desmienten hasta los propios autores del estropicio. De tal manera que el problema no es tanto el separatismo de los dirigentes cuanto la entelequia emocional de sus seguidores que se aferran a una catastrófica ficción. Devolverles a la realidad será la gran tarea política del Estado y de la entera sociedad española.