JON JUARISTI-ABC

  • Molotov. La revolución digital arrasa todo a su paso, incluso lo más sagrado, como profetizó Savonarola

El caso de las clarisas de Belorado parece tener un trasfondo crematístico importante, más o menos entreverado de especulaciones inmobiliarias, en el que habría metido sus narices el heresiarca y sedicente obispo Pablo de Rojas, cabeza de una secta alucinante y aglutinante (o sea, aglucinante) que reclama desde Bilbao (cómo no) representar lo último que queda de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El cisma de Belorado no aduce motivos teológicos ni doctrinales, eso ya no se lleva. Nada que ver con aquellos heroicos cismas monásticos de la España habsbúrguica, como el de las cistercienses luteranas del convento vallisoletano de Belén, quemadas por la Inquisición en 1559, o los jerónimos no menos luteranos del monasterio de San Isidoro del Campo, de Sevilla: entre ellos, los estupendos traductores bíblicos Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, autor el primero de la famosa Biblia del Oso, y el segundo, de la versión corregida de aquella, la «preciosa biblia castellana» —en palabras de don Juan Carlos I— conocida como la del Cántaro.

Tampoco se compadece con el modelo francés, y no me refiero al jansenista de Port Royal, tan caro al maestro Jiménez Lozano, sino al erótico (no herético, ojo) de las ursulinas supuestamente posesas de los conventos de Loudun y Aix-en-Provence y de las hospitalarias de Louviers, todas del siglo XVII. Las clarisas de Belorado, procedentes de Artebacarra (Vizcaya) no convulsionan y parecen exhalar felicidad seráfica y reposteril. Ahora bien, si de Vizcaya vienen, cuidado. Ya en 1471, después de la batalla de Munguía, donde los vizcaínos le dieron una somanta al ejército real, corrió por Castilla la copla: «Esto es Vizcaya,/ don conde de Haro./ Esto es Vizcaya,/ que no Belorado», compuesta a semejanza de la conocida: «Esto es Simancas, /don Opas traidor./ Esto es Simancas, / que no Peñaflor». El don Opas de las claras de Belorado y del mentado Pablo de Rojas se llama don Mario Iceta, natural de Guernica y arzobispo de Burgos, al que tachan de sinvergüenza las cismáticas y el barman bilbaíno José Ceacero, un experto en coctelería ordenado cura por el obispo De Rojas. A mí don Mario Iceta me parece un sufridor nato y creo que, como afirma, quiere mucho a las monjitas insurrectas. Aunque no debería insistir en esto último, porque a lo peor se lo retuercen y le cancelan o algo peor, como hicieron las de Loudun con ‘le père’ Urbain Grandier.

En fin, todo es consecuencia de la revolución digital, que destruye cualquier jerarquía y sentido de lo sagrado. Las cismáticas y el coctelero no paran de grabarse videos y de hacerse selfis. Tendrían que haberles quitado los móviles cuando entraron en religión, aunque la Regla de Urbano IV nada diga al respecto. Y ya es tarde, el daño está hecho.