ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • El líder del PP no puede tender una mano a Puigdemont y otra a su electorado, ni poner la otra mejilla ante las bofetadas de Ortuzar

Alberto Núñez Feijóo ganó las elecciones generales y se presentará a la investidura el próximo 26 de septiembre, cumpliendo el mandato del Rey, de la voluntad popular y también del sentido del deber, por mucho que en estos tiempos someterse a dicho imperio se considere algo excepcional en la conducta de un político.

El candidato del PP se enfrentará a dicho trámite parlamentario aun sabiendo que carece de los apoyos necesarios para superarlo, no solo porque de ese modo responde a su obligación democrática, sino porque necesita desesperadamente bordar una intervención capaz de devolver la esperanza, la ilusión y la motivación a un partido y un electorado sumidos en el desánimo subsiguiente a la magra victoria alcanzada el 23-J, cuyo sabor a derrota resultó tanto más acerbo cuanto triunfalistas habían sido los augurios infundados de Narciso Michavila.

Desgranar un discurso que le permita consolidar su liderazgo al frente de los populares, a día de hoy no cuestionado, aunque sí debilitado por el fracaso achacado a los errores cometidos en las semanas transcurridas entre los comicios municipales y autonómicos y los nacionales.

Feijóo tiene una oportunidad de oro, sin límite de tiempo ni desventaja en el formato del debate, para fijar las líneas maestras de su programa, sobre todo en lo que atañe al modelo de Estado y la defensa de la Constitución. Para interpelar a Sánchez y obligarle a confesar lo que está dispuesto a ceder al separatismo a cambio de conservar la Presidencia.

Para definir cuál va a ser exactamente la relación del PP con Vox, su socio en comunidades y ayuntamientos, que no puede oscilar entre la normalidad más o menos amistosa, la repugnancia mal disimulada y el insulto abierto, dependiendo del momento o de la persona interpelada. (¡Cuánto daño hicieron en ese sentido las posturas encontradas de Valencia y Extremadura cuando se negociaban los pactos autonómicos!) Para tomar una postura inequívoca ante el desafío sin precedentes al que se enfrenta España, cuya magnitud es incompatible con la incoherencia y la improvisación.

Ofrecerse a dialogar con Junts, ERC e incluso el PNV entra de lleno en esos supuestos. El de la incongruencia, en caso de que en Génova hayan calibrado seriamente la posibilidad de encontrar vías de acuerdo con dos partidos protagonistas de una intentona sediciosa, cuyos dirigentes no solo no reniegan de ella, sino que exigen la legitimación de los delitos cometidos a través de una amnistía y un referéndum de autodeterminación, y con un tercero, el independentista vasco, cuyo historial de traiciones al PP es tan largo como elocuente. El de la ausencia de rigor, si es que algunos portavoces hablan sin medir las consecuencias de sus palabras. El líder del PP no puede tender una mano a Puigdemont y otra a su electorado, ni poner la otra mejilla ante las bofetadas de Ortuzar.