- Frente a las grietas internas, algo mayor los apiña: la posibilidad real de construir una democracia formal de parte. Una cuya Constitución no está realmente vigente, es puro decorado de cara al exterior. Una donde la derecha no puede alcanzar al poder aunque gane elecciones por razón de una ínsita ilegitimidad
La mayoría parlamentaria con la que cuenta el Gobierno, la de investidura, no tiene propiamente un plan. Más bien tiene varios, uno por cada grupo. ERC difiere de Junts mucho más de lo que percibe la opinión pública, radicando las diferencias en sus respectivas ambiciones sobre la Generalidad, el manejo de unos presupuestos enormes con soberanía fiscal, la apropiación de una simbología ya nacional tras el próximo reparto de cartas en las elecciones catalanas. También están los resentimientos, fuertemente arraigados desde que Puigdemont le dijo a su gobierno, recién disuelto vía 155, «hasta mañana»… y acto seguido huyó escondido en un maletero, auxiliado por los mossos. Tampoco es que al ejecutivo de Aragonés le haya hecho mucha gracia la mosca cojonera de un ente fantasmal arrogándose desde Bélgica la legitimidad catalana.
Rencores más frescos, aunque no nuevos, enfrentan asimismo a los proyectos Sumar y Podemos, formación cuyo paso al Grupo Mixto anuncia problemas a la vicepresidenta comunista más que al presidente. Si estás dispuesto a regalar atributos de soberanía y otorgar opacos privilegios a cinco agentes políticos distintos, ¿qué importa uno más? Otro tanto cabe afirmar de Bildu y el PNV, dado el crecimiento del primero a costa del segundo en el País Vasco. Los ilusos que esperaban lealtades constitucionales de conveniencia en la derecha separatista vasca basándose en tal contraposición de intereses habrán cambiado de opinión a estas alturas. O no. Si hay una piedra en la que el PP tropieza siempre, sin aprender, es justamente la piedra del PNV.
La cuestión a dilucidar es si las querellas internas del nuevo Frente Popular (más latentes en los respectivos bloques secesionistas catalán y vasco, más públicas en nuestra bífida extrema izquierda neobolivariana) son lo bastante serias para provocar la ruptura del bloque mayoritario. Veamos: para dos de las parejas peleadas se trata de conflictos de intereses que, en efecto, influyen en la obtención o mantenimiento de poderes que rozarán la soberanía nacional. Para los bífidos es un auténtico duelo: quieren eliminarse políticamente de verdad. Todo ello invitaría a esperar la quiebra de la mayoría en momentos trascendentales para el Gobierno. La aprobación del los Presupuestos es un ejemplo elemental, aunque no habría menos posibilidades en algunos alineamientos de política internacional.
Pero frente a las grietas internas, algo mayor los apiña: la posibilidad real, por primera vez desde la Segunda República, de construir una democracia formal de parte. Una cuya Constitución no está realmente vigente, es puro decorado de cara al exterior. Una donde la derecha no puede alcanzar al poder aunque gane elecciones por razón de una ínsita ilegitimidad. He aquí el pegamento de la mayoría, y he aquí la razón por la que el nuevo Frente Popular no se pondrá en minoría por defección de ninguno de sus miembros. En cuanto al PSOE, convendría dejar de engañarse; la derecha tarda sigue contemplándolo como un partido socialdemócrata forzado a hacer concesiones. No comprenden que la radicalización es su apuesta, su garantía de eternizarse en el poder.