Un grupo cada vez más numeroso de la burguesía catalana acude al Gran Teatro del Liceo para corear proclamas en favor de la república y Puigdemont
Se han convertido en recurrente elemento de atrezo, igual que los espejos de sus salones o las obras de Ramón Casas, figura totémica del arte catalán. Nos referimos a esa escisión cada vez más numerosa de la burguesía catalana que acude al Gran Teatro del Liceo, 170 años lo contemplan, para corear proclamas en favor de la república catalana y Puigdemont, violentando la imparcialidad del sanctasanctórum cultural barcelonés sito en La Rambla.
Están aparentemente coordinados. Nada más terminar la obra, despliegan esteladas en los palcos, descubren bufandas amarillas y se lanzan con cánticos de exaltación patriótica como si aquello fuera un campo de fútbol en vez del teatro y el coro estuviera dirigido por Guardiola.
Dicen lo más viejos del lugar que jamás han visto nada así, que no todo el público lanza vítores en favor del ‘expresident’, que también hay quien les reprende, que transcurren días de máxima tensión tras la detención y encarcelamientos, que eso pasa porque son funciones baratas y hay quienes compran las entradas solo con afán de montarla.
Se justifican, en fin, como si aquellas imágenes del Liceo que circularon por Twitter fueran ‘fake news’ y a la burguesía catalana la hubieran suplantado los comités de defensa de la república (CDR) de la CUP camuflados con copas de cava en una mano y bolsos de Louis Vuitton en la otra.
Si bien es cierto que la dirección del teatro se rige por criterios profesionales, con un nuevo director, Valentí Oviedo, que todavía no ha tomado posesión y pretende mantenerse al margen de los discursos políticos, igual de cierto es que la claque está echada el monte. El virus del ‘procés’ se extiende y ha terminado por contaminar hasta al patio de butacas.
Los CDR ‘coco-chanel’ no son mayoría pero están bien organizados. Sacan seis años a los constitucionalistas en esto del ‘agitprop’
Por su simbología, el Liceo se ha convertido en melómano objeto del deseo en estos tiempos turbulentos. Si no son los CDR ‘coco-chanel’, entonces lo será la alcaldesa Ada Colau, persona contumaz donde las haya cuando se trata de socavar el prestigio de la capital barcelonesa, ora poniendo en jaque el Mobile World Congress (MWC), ora malogrando la World Race de Vela. Tal vez por ello, goza del dudoso honor de ser el único punto en que independentistas y constitucionalistas coinciden. Tanto unos como otros rezan por verla apeada del consistorio.
El hecho es que la alcaldesa parece haber echado el ojo al Círculo del Liceo, el club por antonomasia de los grandes apellidos catalanes. Se trata de una institución privada que se encuentra aneja al teatro y que es fiel retrato de la hoy un tanto decadente alta sociedad. Los mismos que levantaron el Liceo decidieron reservarse como contraprestación este club, potenciador de la cultura barcelonesa, catalana y española, y mecenas de grandes artistas.
Pero el Círculo, que preside Ignacio García-Nieto y celebrará elecciones en los próximos meses, no parece que sea del gusto de la alcaldesa. No lo es porque es la única parte privada del Liceo, porque sus miembros van con chaqueta y corbata, y porque a la entrada del club hay una placa que recuerda a los caídos por Dios y por España, lo que en determinadas formaciones políticas causa el mismo efecto que los rayos del sol en las criaturas de la noche.
Los miembros del Círculo, única parte privada del Liceo, malician que la intención de Colau es lanzar una opa hostil y expropiarles el club
Tal es la aversión que los miembros del Círculo empiezan a maliciar que la verdadera intención de Colau es lanzar una opa hostil y ‘expropiarles’. Así, el pasado 26 de febrero, en sesión plenaria del Ayuntamiento de Barcelona, el concejal no adscrito del partido Demòcrates de Catalunya, Gerard Ardanuy, se interesó por las licencias de actividad del club dejando caer posibles irregularidades, lo que supone todo un aviso a navegantes.
“¿Dispone el club Círculo del Liceo de licencia de actividad abierta al público? ¿Dispone de los correspondientes permisos de evacuación de incendios y accesibilidad? ¿Dispone de licencia para la actividad de restaurante? ¿Y para el servicio de terraza? ¿Dispone de licencia para mantener un espacio de fumadores…?”.
Unos apuntan y otros disparan. No habría mejor muesca para el rifle de la alcaldesa que cobrarse una pieza como la del Círculo, donde cohabitan las grandes fortunas catalanas.
Aunque Colau se ufana de sus políticas populistas y su discurso remunicipalizador, la realidad es que la alcaldesa no ha hecho más que proponer medidas que resultan hueras e inviables. Eso sí, sirven de excusa para colocar en el ayuntamiento a ‘antiguos amigos’, piezas clave del activismo de Barcelona (Silvia González, Águeda Bañón, Gemma Tarafa…), a los que ya conocía de antes de ascender al poder.
De esta forma, la alcaldesa mantiene ‘entretenidas’ a organizaciones que le podrían echar en cara la ineficacia de sus políticas públicas, al tiempo que amplía su base social activista, muy útil para hacer ruido sobre algunos temas clave desde fuera del consistorio y seguir mostrando esa fachada de ‘transformación social’ que tantos votos le da.
Maestra del postureo, por querer, Colau querría hasta suplantar a la Mercè como patrona de la ciudad. “Antes lo era santa Eulàlia, a la que destituyeron por las buenas, sin más ni más y muy desconsideradamente; en venganza, santa Eulàlia hace que el cielo llueva, todos los años, el 24 de septiembre”, escribía Camilo José Cela en sus crónicas barcelonesas. “Hay santos muy vengativos y rencorosos, con los que no caben bromas”.