Miquel Giménez-Vozpópuli
La alcaldesa de Barcelona ha aumentado un 1.136% el impuesto de vía pública, lo que deja a propietarios de bares y restaurantes al borde de la quiebra
Este aumento es hijo del despropósito, la ignorancia y el resentimiento que destilan los rojos de salón que gobiernan en mi ciudad. Que un bareto pase de pagar 4.700 euros a 47.000 solo cabe en la mente perturbada de quienes montan un sindicato a los manteros, les ceden locales para que se reúnan, los protegen y les organizan cursos. A los manteros o a los menas más conflictivos, a los que se les facilitó ¡un curso de navegación a vela! Grotesco, pero real. Colau y Collboni, la una luciendo su estulticia con toda desfachatez y el otro disimulando su incapacidad detrás de una sonrisita de circunstancias, no saben más que cargar contra el pequeño y mediano comerciante, los que hacen funcionar la cosa económica del día a día. La prosperidad de una ciudad se mide por el sonido de las cajas registradoras de sus tiendas, decía Rusiñol, y tenía más razón que un santo.
Ese método intimidatorio que hemos visto tantas veces en las películas de gánsteres consistente en pagar a cambio de no tener problemas en tu negocio ni siquiera es aplicable en este caso, porque la delincuencia campa a sus anchas por Barcelona. Recuerden lo que fue este verano pasado: homicidios, disputas entre bandas a plena luz del día machete en ristre, robos, violaciones, ocupaciones, plagas de ratas y de cucarachas, suciedad y todo el carnaval del horror que ha convertido a la Ciudad Condal en la campeona del crimen ante un consistorio que solo sabe ponerse detrás de una pancarta.
Por todas estas cuestiones, y porque la capital catalana ya no es aquella ciudad olímpica en la que los perros se ataban con longanizas, el sector hostelero está que trina. De hecho, la Asociación de Amigos y Comerciantes de la Plaza Real ha emprendido acciones legales contra el ayuntamiento. A los de la Casa Gran les da lo mismo, porque en caso de perder -como en no pocos pleitos en los que revocaron licencias de construcción de hoteles, fueron a juicio y salieron culpables-, pagarán con fondos públicos lo que el juez dicte y aquí paz y después versos dedicados a la vagina.
No hay nada que hacer: o pagas un mil por ciento más de impuestos o te quedas sin terraza. Y si te quejas eres un facha, un machista, un eco terrorista, un explotador y un colono español»
Todo esto, lógicamente, al gran capital le importa un huevo de pato, porque aquí quienes acabarán pagando el ídem serán los camareros que se quedarán sin trabajo –menos mesas, menos personal-, los cocineros que se verán de patitas en la calle –no puedo pagar impuestos y cierro el bar-, los proveedores de dichos establecimientos, las personas encargadas de la limpieza, en fin, la élite financiera de Davos. Manda carallo. Ese anticapitalismo que solo sabe joder al trabajador tiene más delito que El Pernales.
A Colau no le quita el sueño que en la Plaza Real se venda droga a cualquier hora del día o de la noche, que se trafique con armas a plena luz del día –una automática con número limado en buen estado, cien pavos, munición aparte– o que los rackets que simulan vender latas para comerciar con estupefacientes o prostitución se reúnan allí a contar billetes ante el estupor del paseante a las doce del mediodía.
Tampoco parece inquietar al gobierno social comunista la desaparición del comercio tradicional del barrio, sustituido por tiendas extrañas en las que no se sabe muy bien qué coño venden y en los que servidor jamás ha visto nunca entrar un solo cliente. Doy fe como conspicuo y pertinaz flaneur de mi barrio. Que dichos locales en los que solo encuentras a un aburrido encargado bostezando y hablando por teléfono todo el día puedan pagar los alquileres astronómicos de la zona tampoco despierta la menor curiosidad en la munícipe podemita. Ni a sus socios sociatas, ya puestos, callados como muertos, y eso que quien lleva los asuntos de la cosa hostelera, Roger Pallarols, mantiene buenas relaciones con el PSC, trayéndose incluso a Zapatero como pregonero en un reciente acto, que ya es traer.
No hay nada que hacer: o pagas un mil por ciento más de impuestos o te quedas sin terraza. Y si te quejas eres un facha, un machista, un eco terrorista, un explotador y un colono español. Hace falta echarle pelendengues al asunto. O vaginas o yo qué sé, porque me pierdo entre tanto despropósito.