CRISTINA LOSADA – 22/01/16
· Después de la Gran Guerra, la primera, el presidente Wilson propuso como solución a los problemas de Europa, y con vistas a la disolución del imperio austro-húngaro, el célebre principio de autodeterminación. Al cabo de poco tiempo, relata el historiador Paul Johnson, todos los intelectuales europeos más jóvenes, y también sus mayores, pensaban que el derecho de autodeterminación era un principio moral básico. Hubo una excepción, que fue Karl Popper. Vio enseguida que aquel era un principio contradictorio, puesto que la liberación de pueblos y minorías creaba, en realidad, más minorías.
Bien. Yo no esperaba que la alcaldesa de Barcelona fuera Popper. Ni siquiera popperiana, aunque ya puestos me atrevería a recomendarle ese texto monumental que es La sociedad abierta y sus enemigos. Pero. La verdad es que mentiría si dijera que me sorprende que funde su defensa del referéndum en Cataluña en una noción trivial y limitada de la autodeterminación y la democracia, y en una frívola ausencia de reflexión sobre las consecuencias. Era de esperar.
Los dirigentes separatistas saben qué se traen entre manos cuando presionan por el derecho a decidir. Tanto lo saben que inventaron ese eufemismo para quitarle hierro al asunto. Sin embargo, sus compañeros de viaje, los que dicen no ser nacionalistas pero se suman al «votemos», son como niños que juegan con fuego sin tener conciencia alguna de que juegan con fuego. Claro que no son niños, que ya van siendo mayorcitos, y no merecen la eximente de la inocencia ni la ingenuidad. Su posición, a fin de cuentas, es la fácil y políticamente rentable: nadar a favor de la corriente en Cataluña. Están, digamos, en la ortodoxia, aunque manejan sólo la vulgata.
Colau dijo en una entrevista con una radio pública de Barcelona un par de cosas representativas de la puerilidad intelectual de los partidarios del «votemos». Helas aquí: «Sobre las preguntas se puede hablar, pueden ser dos opciones, tres opciones, pero no quita que se haga el referéndum» y “se pregunte por Cataluña”. “No se puede ningunear a millones de personas”. Y: “En Escocia se hizo y salió el no. Preguntar es democracia. Si quieren hacer otras propuestas las escucharemos, pero el referéndum hay que hacerlo.» Forma y fondo, como en los clásicos. Habrá que resignarse a este lenguaje.
No, en cambio, a la atronadora inconsciencia. No se puede ningunear a millones de personas, dice y dicen, cuando son ellos, sí se puede, los que quieren ningunear a millones de personas: el resto de españoles, a los que un referéndum de autodeterminación en Cataluña negaría voz y voto sobre un asunto de efectos terminantes –y terminales– para su país. La doctrina nacionalista sostiene que «Cataluña» tiene derecho a votar ella sola porque es una nación. «Como somos una nación tenemos derecho a votar que somos una nación», es el cuento de la buena pipa. Pero los que no son nacionalistas, los que al menos dicen que no lo son, ¿cómo lo justifican?
Con la simpleza de Colau: «Preguntar es democracia». Preguntar es bueno, votar es bueno, la democracia es votar, y ya está. No me queda otra que recomendarle una lectura más a la alcaldesa, «Referéndum y ciudadanía» de Juan Claudio de Ramón. Lástima que las cosas no sean tan sencillas: la democracia no se reduce a votar. Y ello al punto de que no hay democracia sin voto, pero hay voto sin democracia. Qué le vamos a hacer, la democracia es algo ligeramente más complicado. Y no se nace aprendido.
Pero si preguntar es democracia y no hay más vueltas que darle, pregunte la alcaldesa a los barceloneses si quieren pagar el IBI y las tasas al ayuntamiento. Para eso igual tiene potestad. Tenga cuidado, no obstante. En California se hizo (algo parecido) y salió el no. Después, eso sí, quebró.
CRISTINA LOSADA – 22/01/16