EL MUNDO 06/10/16
ARCADI ESPADA
OBSERVO con estupor la extensión del consenso en España acerca de lo que debió ser el resultado del referéndum en Colombia. Hay algo de herida por el desacierto de la previsión en muchos que consideran que sus profecías tienen siempre un obligatorio carácter autocumplido. Y escucho o leo poquísimos comentarios que dejen abierta la posibilidad de que el voto colombiano, aun inoportuno para su punto de vista político, haya tenido un ejemplar carácter de fortaleza moral. Lo más sorprendente es que ese consenso se da en un lugar muy sensible respecto a los asuntos que el referéndum ha puesto en evidencia. España es un país donde 80 años después de la guerra civil y 40 después del fin del franquismo la izquierda abre cada día una nueva fosa real o simulada. Para la hipocresía dominante los colombianos deben perdonar irrevocablemente a sus asesinos de la semana pasada. Sin embargo, ellos aún persiguen denodadamente, no ya a los asesinos de la guerra y de la dictadura franquista, sino los rastros marginales de su memoria, con la que son ontológicamente incapaces de reconciliarse. Piden que los asesinos y las familias de las víctimas colombianas se abracen en carne viva, pero ellos no son capaces de tolerar que en una misma avenida convivan los recuerdos de los muertos distintos españoles. Y qué decir de los asesinos recientes. Conviene imaginar qué hubiera pasado en España si el fin de ETA se hubiera visto acompañado del perdón de sus crímenes a cambio de contarlos (¡esa cláusula del pacto colombiano tan deudora del realismo mágico!) y de la entrada en el parlamento bajo palio de una representación de los aún humeantes asesinos. Por no hablar del llamado «olvido de las víctimas» que tanta y tan lírica discusión española ha generado. No hay peor forma real de olvido para una víctima cualquiera que la rehabilitación de sus verdugos y eso es lo que el establishment español había prescrito para Colombia y cuyo incumplimiento, el de la prescripción, tan frustrado le tiene ahora. Mario Vargas Llosa detectó hace mucho tiempo el ácido aliento del racismo cuando el izquierdismo occidental aseguraba que las sociedades del Tercer Mundo no estaban preparadas para tener regímenes democráticos. El mismo ácido aliento pudre ahora los lamentos ante la decisión que han tomado la mitad más uno de los colombianos. Ciertamente, la paz, la piedad y el perdón tienen un precio en Madrid y otro en Bogotá.