JON JUARISTI – ABC – 10/01/16
· Pocos dudan ya de que entre los refugiados sirios se hayan colado un montón de yihadistas.
¿De dónde ha salido la gilipollez esa del «aspecto árabe o norteafricano» de los sátiros de Colonia? Europa pasa del antirracismo furibundo al racismo ingenuo con una velocidad asombrosa. La cuestión es seguir clasificando al personal en términos de razas, como a los perros. ¿Quiere decirse que eran morenitos de pelo rizado, como tantos manchegos y guipuzcoanos? El árabe es una lengua, no una raza. Entre los árabes hay rubios, castaños, morenos y pelirrojos, de piel clara u oscura (e insisto: hay árabes cristianos, judíos, musulmanes y ateos). Lo que es por el aspecto, no hay forma de distinguir a un árabe de un alemán de Colonia.
¿Significa esto que las agresiones de Nochevieja no tienen que ver con la oleada de refugiados? Pues tampoco. Salvando las distancias, hasta los historiadores más hostiles a Sabino Arana Goiri reconocen que la emigración a Vizcaya en la Restauración produjo un aumento de los casos de acoso a las mujeres autóctonas (desde soeces insinuaciones callejeras hasta claros delitos sexuales). Y era explicable, porque muchos inmigrantes eran varones jóvenes sin familia. Hasta Blasco Ibáñez, poco entusiasta del nacionalismo vasco, comienza su novela bilbaína, El intruso (1904), con un episodio de sexo y violencia en un poblado minero. Lo que hizo Arana fue identificar totalmente la delincuencia sexual con los inmigrantes maketos, sin mencionar siquiera que muchos trabajadores de las minas y de la siderurgia procedían de las santas Provincias Vascongadas. Los delincuentes sexuales, según Arana, presentaban siempre aspecto maketo, y, conmutativamente, todos los maketos tenían pinta congénita de delincuentes sexuales.
Si la inmigración interior y razonablemente controlada acarrea molestas consecuencias de dicha índole, para qué hablar de las inmigraciones alógenas, con toda su secuela de mafias de diversa cepa. En los casos de migraciones incontroladas y masivas, la delincuencia y el caos se disparan. Constatarlo no es xenofobia ni racismo. Cuando la izquierda europea contaba aún con gente pensante (como Umberto Eco, por ejemplo) no tenía empacho en admitir que, siendo inevitables las migraciones sin control, traerían gravísimos problemas de caos y violencia, y que habría que reaccionar ante aquellas con humanitarismo, pero también con prudente sentido común, lo que ha brillado por su ausencia en la conminación del gentil monstruo de Bruselas a abatir las fronteras nacionales frente a una avalancha bombeada desde un Oriente Medio en plena guerra de religión.
Que en sus filas se han colado un buen número de terroristas islámicos entre masas de población desarraigada y sufriente ya pocos lo dudan, por más que algunos cínicos (o imbéciles) lo sigan negando. Incluso ese prodigio de estupidez que es la alcaldesa de Colonia recomienda a las mozas del pueblo que se pongan pantalón, refajo y abrigos talares en las próximas carnestolendas, y no para protegerse del frío, sino para no provocar a ciertos huéspedes tácitos o implícitos.
¿Estaban organizados por yihadistas los desmanes de la Nochevieja de Colonia? Con las ganas que muestra de contemplar esa hipótesis la mentada lamentable alcaldesa temo que tal pregunta no tendrá respuesta. A mí no me extrañaría. La estrategia declarada de las organizaciones yihadistas es llevar el caos y el sufrimiento al corazón de Europa, y Colonia, cuya catedral guarda las tumbas de Melchor, Gaspar y Baltasar, que visité en su día con dos amigos que tampoco creían en los Reyes Magos (Ignacio Sotelo y Andrés Sánchez Pascual), cae del todo bajo esa preocupante metáfora cardiovascular.
JON JUARISTI – ABC – 10/01/16