Juan Carlos Girauta-ABC
La izquierda, en el poder, coloniza las instituciones, y así mantiene su control indirecto cuando gobierna la derecha
El cesado Fernando Garea ha tenido que recordar que Efe no es una agencia del Gobierno. La distinción entre Estado y Gobierno debería tenerla clara un chaval de catorce años si aquí se diera algo parecido a una educación ciudadana, unos rudimentos políticos para que los adolescentes pudieran ir formándose de cara a su estreno como votantes.
Qué bonito sería. Lo cierto es que primero se escoge bando y luego se reproduce alguna consigna. Un par o tres, para salir del paso. Y lo lamentable es que el problema no lo tienen los menores de edad, o no solo. Eso se arreglaría deprisa con voluntad. Es el Gobierno, son los medios públicos, unas cuantas instituciones, una tropa paniaguada y, como
resultado de todo ello, un gran segmento de público quienes dan por hecho que el gobierno y su partido, o partidos, tienen la potestad de patrimonializar el Estado.
La Policía no puede ni debe obedecer órdenes ilegales, pero los agentes presentes en Barajas la noche de Alí Babá y las cuarenta maletas se plegaron a las irregularidades impuestas por un ministro. Un fiscal general del Estado se debe solo al principio de legalidad, pero hemos tenido que tragarnos en el puesto a una ministra de Sánchez reprobada tres veces por el Parlamento (único caso de momento). La presidenta de RTVE fue anómalamente nombrada para un ínterin de dos meses, hasta que se acometiera la reforma del procedimiento de elección, pero lleva dos años en el cargo, y allí seguirá mientras sea sumisa al sanchismo-redondismo. No como Garea.
Lo mismo cabe decir de otras empresas públicas, donde se coloca a amigos incompetentes en el ramo para mejor manejarlas. Cuando el amigo es competente, existe el riesgo de que no obedezca como un subalterno. Es lo que ha pasado con Jordi Sevilla en Red Eléctrica, de donde se ha largado harto de «la injerencia constante» de la ministra Ribera, responsable directa, por cierto, de la brutal caída de ventas de coches diésel.
La izquierda, en el poder, coloniza las instituciones, y así mantiene su control indirecto, y muchas bocas alimentadas, cuando gobierna la derecha. El mecanismo lo expuso con cruda nitidez Íñigo Errejón: «Cuando perdamos las elecciones, dejar sembradas las instituciones, que resistan y, por cierto, donde refugiarse cuando gobierne el adversario».
Se les escapan cosas como el CGPJ, donde es necesario pactar con el PP. Por eso Pablo Casado hace bien (y esperemos que así continúe) negándose por primera vez al cambalache. Ojalá en la era Rajoy se hubieran emprendido las reformas para que Estado y gobierno fueran realmente cosas distintas. Pero no lloremos por la leche derramada.
La colonización progre (con el tóxico nacionalismo bien adherido) también alcanza a una parte del sector privado. Es normal que las empresas quieran llevarse bien con el gobierno de turno. No lo es tanto que aquellas cedan a este el control de medios de comunicación privados. Ya tú sabes.