Antonio Papell, EL CORREO, 30/6/11
Por la mañana, Zapatero ha reiterado un vez más su conocido discurso sobre la crisis y sus tardías soluciones, sin derramar nuevas propuestas de futuro -Zapatero se va, la legislatura termina- sino apenas recapitulaciones de lo conseguido, descrito en términos probablemente objetivos pero controvertibles por la sencilla razón de que el paisaje en tiempos de crisis no puede dibujarse refundiendo colores sino haciendo hincapié en los elementos más descoloridos y dramáticos de la situación. El paro es de tal magnitud que oculta cualquier balance matizado que quiera realizarse.
Rajoy, por su parte, ha pronunciado esta tarde un discurso brillante en la forma pero probablemente el más vacío de todos los que, como líder de la oposición, ha hecho en los debates sobre el estado de la nación.
El presidente del PP ha recurrido a un esquema muy simple para su intervención: ha dibujado un retrato demoledor de la situación presente -realista pero en algunos extremos descontextualizado, como le ha afeado poco después su antagonista- para reclamar elecciones, y ha tratado de demostrar la inconsistencia e insuficiencia de las reformas emprendidas para que no se le pudiera objetar la necesidad de concluirlas como argumento para posponer el recurso a las urnas.
Curiosamente, Rajoy ha puesto el dedo en su propia llaga al concluir su primera intervención: “no basta con renovar el Gobierno -ha dicho- para resolver los problemas. Tampoco digo que la recuperación sea fácil”… para ofrecerse acto seguido a tomar el timón “en cuanto los españoles lo decidan”. Se puede entender que Rajoy no haya querido convertir el debate sobre el estado de la nación, que es un examen al Ejecutivo, en una reválida propia, que hubiera resultado extemporánea, pero es imposible conseguir credibilidad sin exhibir al menos una declaración de intenciones, una serie de vectores verosímiles que indiquen hacia dónde se quiere avanzar. En las sucesivas intervenciones, el líder de la oposición ha utilizado la táctica de la apisonadora, con un alud de descalificaciones, datos y reproches imposible de ponderar pero retóricamente eficaz, sin que la avalancha dialéctica haya aportado alguna luz sobre la gran sombra que preside este final de ciclo: las dudas que suscita la grisura de Rajoy, un personaje no acaba de emerger en las encuestas de valoración de líderes.
Rodríguez Zapatero ha entrado de mala gana en el cuerpo a cuerpo –se nota que ya está fuera de la pelea política, lo que le ha llevado a adoptar ademanes pedagógicos y a rehuir las crestas de la confrontación-, y es muy posible que ninguno de los dos contendientes haya conseguido convencer a la opinión pública, que habrá pasado de puntillas sobre un debate soso, anodino, en flagrante contradicción con la gravedad extrema de la coyuntura. Hoy, las audiencias nos informarán seguramente de que la sociedad civil ha dado una vez más espalda a una ceremonia que, lamentablemente, no estaba concebida para resolver problemas reales de la sociedad.
Invertir tanto tiempo y tanta materia gris en un dilema bizantino entre el adelantamiento o no de las elecciones ofende a la inteligencia cuando estamos todos en una irritante encrucijada que genera creciente desafección social hacia la política y movilizaciones cada vez más serias en exigencia de una reconstitución moral de la democracia.
Antonio Papell, EL CORREO, 30/6/11