Hoy existe un riesgo plausible de que en nuestro mundo multipolar el diálogo se haga a dos, EE UU y China, o a tres, y Europa quede cómo mera observadora. ¿Cómo restaurar el liderazgo y la impronta europea en los asuntos mundiales? Mientras los euroescépticos claman contra estas elecciones, lo cierto es que a veces parece que la ‘eurodesidia’ la causan los propios partidos.
C uando muchas personas oyen la más mínima alusión a las elecciones europeas del 7 de junio suelen comentar displicentemente que el asunto no va con ellas y que no les interesa lo que se dirime en la lejana Bruselas o en lo que les parecen oscuros foros macroburocráticos. Las instituciones europeas por su parte hacen un gran esfuerzo de información de los asuntos y desafíos que están en juego. Ya hace 30 años que se celebraron las primeras elecciones por sufragio universal directo al Parlamento Europeo (PE) y 20 años de la caída del muro. Son las primeras elecciones para muchos jóvenes que no han conocido nunca una Europa dividida. Y sin embargo muchos actores políticos sólo salen de esta desidia malsana ante las elecciones al PE cuando perciben que están en juego objetivos puramente nacionales, sean éstos el debilitamiento de fuerzas rivales, una especie de primarias internas o incluso una posible moción de censura. Se bracea entonces por la subsistencia propia pero se olvida que Europa, cuya construcción tanto ha hecho por nuestra paz y progreso, no debe ser dada por hecha. Mucho menos en los tiempos actuales de crisis donde otros toman la voz cantante del liderazgo mundial.
Paradójicamente, el PE ha ido adquiriendo mucha fuerza estos últimos años, lo que debería permitirle jugar un rol importante también en asuntos de política exterior. Desde el tratado de Maastricht en 1993 tiene un poder consolidado de codecisión legislativa (desarrollado después por los tratados de Ámsterdam y Niza) que se une a sus más restringidos poderes anteriores de consulta y cooperación, y a sus poderes originales y esenciales: presupuestario y de control de la Comisión. Aprueba el nombramiento del presidente de esta última y puede revocarla con una moción de censura. También ejerce ese control ‘a diario’ con preguntas orales y escritas y gracias a los trabajos en comisión parlamentaria con presencia de la Comisión. Su presidente participa en las reuniones del Consejo Europeo de jefes de Estado y de Gobierno. En medio siglo, el PE ha pasado de mero consejero a colegislador. Ha devenido un órgano inevitable, junto al Consejo de Ministros y la Comisión, del triángulo institucional europeo y por ello a través de las elecciones los ciudadanos pueden participar a la construcción de la Europa del mañana.
El precedente del PE es la Asamblea parlamentaria de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero creada en 1952. Allí los miembros designados por cada país tuvieron el acierto de no agruparse de forma estatal, sino de constituir grupos por afinidad política. Nacen así los grupos europeos que perviven hoy en número de siete. En 1962 la Asamblea se redenomina Parlamento Europeo. Los grupos más grandes, muchas veces concertados entre sí a la hora de nombramientos y grandes decisiones, son el socialista y el popular. Es lo que algunos llaman ‘cogestión de los aparatos’. Grosso modo estos grupos se componen, a su vez, desde 2004, de partidos de escala europea (ya hay diez). Así, por ejemplo, el centrista tercer grupo de la Cámara, la Alianza Liberal y Demócrata (ALDE) se compone del Partido Liberal y del Partido Demócrata Europeo, este último tan caro a Pasqual Maragall, quien ve en él el futuro de la construcción europea.
Estos partidos europeos deben componerse de partidos estatales e independientes representando al menos a un cuarto (hoy siete) de los miembros de la UE. Aun queda lejos el momento en que los partidos europeos se puedan presentar a las elecciones a una futura Federación Europea. Por ello los candidatos a ser uno de los 736 eurodiputados se presentan en las listas de los partidos de los 27 Estados miembros y, dado que la circunscripción en el Estado español es única, lo cual favorece claramente a los partidos grandes, los partidos nacionalistas y regionalistas deben formar coaliciones para poder optar a un escaño. Así por ejemplo el PNV con Convergencia, Unió, Coalición Canaria y otros en la Coalición por Europa.
Es mucho lo que está en juego. Las instituciones europeas han hecho un gran esfuerzo de ilustración: hasta 1.000 eventos en los Estados miembros y la publicación de un documento con 60 buenas razones para votar, incluyendo el impacto sobre empleo y bienestar del plan de 400.000 millones de euros para el relanzamiento de la economía europea. La gente debe comprender que el PE toma decisiones en asuntos que afectan a la vida cotidiana de todos: ¿Qué tipo de energía queremos? ¿Cómo debe cultivarse nuestra comida? ¿Cómo deben ser los coches del futuro? ¿Cómo controlar los desbocados mercados financieros? Para involucrar a los jóvenes se ha lanzado una campaña multimedia en la que interviene el canal MTV y se emplean clips de TV y ‘websites’. Respecto a las mujeres existe la campaña ‘Democracia al 50/50’.
Con casi 500 millones de ciudadanos, la UE posee el mayor electorado del mundo después del indio. Algunos piensan que se puede aprender mucho de la campaña de Obama y sus éxitos llegando a los votantes a través de la web, y medios como ‘YouTube’, ‘Facebook’ y ‘MySpace’. Tenemos quizás que aprender las ventajas de mensajes claros y simples -‘yes we can’- y del uso de los media para llegar a los ciudadanos y muy especialmente a los jóvenes.
Hoy existe un riesgo plausible de que en nuestro mundo multipolar el diálogo se haga a dos, EE UU y China, o a tres, y nuestra Europa quede cómo mera observadora. ¿Cómo restaurar el liderazgo y la impronta europea en los asuntos mundiales? Mientras los euroescépticos claman contra estas elecciones lo cierto es que a veces parece que la ‘eurodesidia’ la causan los propios partidos. Por ejemplo, resulta chocante que ambos, PP y PSOE, también en ésto en perfecta connivencia, estén de acuerdo en la reconducción por otros cinco años del actual presidente de la Comisión. Ello suprime toda posibilidad de debate contradictorio con propuestas distintas e innovadoras sobre este importante tema, desincentiva a la opinión pública y fomenta la abstención. Ante la percepción de falta de peso específico global de los líderes actuales, algunas organizaciones a la vanguardia de la integración europea, como la Unión Europea de Federalistas y el Partido Demócrata Europeo (PDE), han propuesto que en las elecciones al PE los partidos que se presentan propongan junto con su lista y programa también candidatos de prestigio, independientes y no precocinados en la trastienda para los cargos de presidente de la Comisión y de responsable de la política exterior (también llamado Mr. PESC).
Europa necesita líderes que tengan carisma, un proyecto y la visión de una Europa potente y unida. El PDE ha recomendado a los europeístas Guy Verhofstadt (antiguo primer ministro belga y bestia negra de los euroescépticos) o Mario Monti (antiguo comisario europeo). También ha propuesto otras medidas de impacto como una mayor coordinación de las políticas económicas de los Estados europeos, la emisión de eurobonos apoyados en el presupuesto comunitario para financiar las medidas anti crisis, una reglamentación y supervisión eficaces de los mercados financieros y la atribución de un poder de vigilancia bancaria al Banco Central Europeo. En todo caso se hace imperioso componer las listas europeas con primeros espadas y acabar con la impresión en la ciudadanía de algunos Estados de que los nominados marchan a una jubilación dorada o un exilio temporal.
Sólo Europa puede permitirnos reencontrar nuestra voz, influencia y liderazgo en el mundo de la globalización. Sólo un nuevo humanismo europeo permitirá avanzar en la gestión común y sostenible de los recursos basada en el Estado de Derecho y la democracia, la solidaridad, el mérito, el conocimiento y la innovación.
Los europeos debemos vencer la desidia y tomar nuestro destino continental en propias manos. Tenemos que seguir constituyendo una antorcha de razón, libertad y cultura y luchar sin tregua por continuar desempeñando sin injerencias extrañas el papel central en la escena internacional que hemos venido teniendo en los últimos 2.500 años, si no queremos quedar reducidos al papel de meros comparsas.
(José Félix Merladet es antiguo diplomático y funcionario europeo)
José Félix Merladet, EL DIARIO VASCO, 26/5/2009