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Ayer, en agosto, sin que le demos mucha importancia, se certificó nuestra irrelevancia, nuestra vuelta al pasado. Mientras el presidente Sánchez aprovecha su último verano en la Mareta, escondido, aislado, ensimismado, los países europeos importantes se han reunido con Zelensky y posteriormente con Trump para preparar la próxima reunión entre Putin y el presidente de EEUU, que será determinante para Ucrania y por lo tanto para la Unión.
Es la certificación de nuestro fracaso. Zapatero malversó gran parte del crédito internacional adquirido durante la Transición por tres presidentes solventes. Sánchez simplemente ha declarado la quiebra de nuestro crédito. Nos queda Puebla, el aplauso de Hamas y la interesada benevolencia con la que China nos trata.
Se puede decir que Sánchez creyó que podía engañar a todos y siempre, y eso es imposible para todo el mundo, hasta para los que tienen la ventaja del conocimiento y la inteligencia que Sánchez no posee. Hoy ya le conoce todo el mundo y todos saben lo que sabíamos nostros: Sánchez no es fiable.
Parte del gobierno es declaradamente antiatlantista, es contraria a EEUU, no a un presidente o a otro; y es claramente antisionista, al aceptar una especie de comunión inalterable entre el Islam y el marxismo. Una parte del gobierno se opone a que cumplamos con los compromisos de defensa que implica nuestra pertenencia a la OTAN y a la Unión Europea. La otra , la que representa Sánchez, quiere tener las ventajas de ser socio, pero sin pagar la cuota que nos corresponde.
Nos ven como un gobierno altamente sospechoso y los más benevolentes como unos irresponsables con políticas naif, que consideramos que hemos cumplido cuando el presidente Sánchez organiza la visita de los líderes de la OTAN al Museo del Prado, o cuando se pone un chaleco militar y se traslada a Kiev para hacerse la fotografía abrazando a Zelensky.