MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Me pregunto cuántas veces he dicho este año para mi coleto «¡A la mierda!». José Antonio Labordeta y Fernando Fernán-Gómez quedaron grabados diciéndolo con vehemencia contagiosa y provocándonos la felicidad de unas sonrisas.

Fernán-Gómez confesó ser tímido, huidizo, difícil para el trato. Educado por su madre, que representaba para él «el misterio, la lejanía, la belleza», y por su abuela materna, que simbolizó «la ternura, el calor, la compañía», se hizo actor y luego director. Se hizo escritor y llegó a la Real Academia Española. Se hizo sobre todo con una personalidad formidable.

En sus memorias afirmó que, al dirigir una película, escribir un libro o hablar en público, siempre se proponía ‘no estar a la moda’ y no buscar la aprobación de nadie. Quiso que su féretro apareciera envuelto con la bandera de la CNT y escribió durante más de treinta años para ‘Abc’. Tuvo amistades de las que nunca renegó fuera cual fuera su posición política, y denunció que «la estupidez de los que se atreven a regir a los demás puede llegar a extremos incalculables».

Antes de hacer sus obras más personales, supo reconocer que estuvo en un cine de andar por casa, «anticomercial visto desde dentro, y vergonzoso visto desde fuera». Decía que su bachillerato fue una tortura para él y que era de los últimos de clase. Sin embargo, se aficionó a leer a todas horas, andando por la calle o en el retrete, mucho en el metro. Leía de todo, también Tintín. Su amigo el gran actor Manuel Alexandre le animó a leer a Nietzsche.

«¿Qué pensaría aquel joven que fui si estuviera hoy aquí conmigo?», se preguntó con imaginación quien este año habría llegado a centenario.