José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Con los presupuestos en un bolsillo y la vacuna en el otro, Sánchez se piensa indestructible. Nunca se sabe, hay al menos dos líneas abiertas para liquidar el sanchismo
España y el sanchismo son dos realidades incompatibles. La una o lo otro. Lo otro pretende acabar con la una. Al menos, con esa una tal y como la conocemos. Pretende sustituirla por un ente obtruso y pestilente, dirigidos por Lastras, Junqueras, Otegis y demás cochambre. De momento, va perdiendo la primera. El Parlamento, atenazado; la oposición, arrinconada; la opinión pública, sometida; la Justicia, perseguida; la Corona, hostigada. El sanchismo, deformación tóxica del socialismo, está a punto de derruir, en apenas un par de años, el colosal edificio de nuestra convivencia que costó más de cuatro décadas levantar. Una proeza.
En ello están. El sanchismo es un movimiento corrosivo y tenaz, diseñado en torno a la petulancia arrogante del mayor narciso que alojaron los muros de la Moncloa, Su Persona, sin más contrapeso institucional, económico y social que algunos vestigios de la Justicia, ciertos medios indomables, y lo que aún permanece en pie de la monarquía, esa referencia necesaria y tambaleante.
Superado cómodamente el trance de los Presupuestos, el sanchismo y sus profetas anuncian no sólo que cumplirán cómodamente la presente Legislatura, sino que hablan ya del horizonte de 2027 y más allá. Hasta 2031, efeméride de la República, aventuran sin pestañeos. No hay cortapisa que lo impida ni argumento que lo contradiga. Sánchez, embriagado por una vanidad extrema, tiene todas las bazas para eternizarse en el poder. Una mayoría, la de su investidura Frankenstein, más unida por el odio a la derecha que por sus propios ideales o intereses, son la garantía de su permanencia.
En este país de bobales adocenados y espíritus ovinos, se reacciona con más ahínco contra la supuesta llegada de la extrema derecha que contra la desastrosa gestión de un Gobierno de inútiles
Cuando se atisba algún viso de factura o disidencia en pandilla gubernamental, el equipo de propaganda de la Moncloa agita, raudo, el fantasma de Vox, de Franco, del Valle, de las cunetas, de Lorca y del beato Azaña para que desaparezcan las disputas y la unidad retorne al bloque de las turbias bastardías. En este país de bobales adocenados y espíritus ovinos, se reacciona con más ahínco contra la supuesta llegada de la extrema derecha que contra la desastrosa gestión de la pandemia (70.000 muertos) o la inepta respuesta ante la crisis económica (medio país en ruina y el otro medio, de camino). He ahí la clave del éxito. El sanchismo tiene todas las bazas para sobrevivir un largo tiempo. Tan sólo hay un par de circunstancias que le pueden complicar sus planes.
Zapatazo y volantazo
La primera es puro materialismo dialéctico. Leninismo todo a cien. Conforme Pablo Iglesias pise el acelerador de su actual insolencia en aras a promocionar su perfil de héroe de los desesperados, de caudillo de los descamisados, Sánchez dará en pensar que llegó el momento de soltar lastre y de parachutar hacia el vacío sideral a su molesto socio, que le llena el palacio de pulgas y le solivianta las sesiones del Consejo. Reforma laboral, el Sáhara Occidental, ley del sexo, ingreso vital, la guerra de las pensiones, la Corona… Demasiado ruido para tiempos tan convulsos. Stop al decretazo del Salario Mínimo, primer aviso serio. Gana Calviño, pierde Díaz. La brecha crece, Sánchez no invita a su socio a compartir su apoteosis televisiva de fin de año, mientras aprieta amenazante las mandíbulas.
El zapatazo en las nalgas moradas, que será aplaudido fervientemente desde Bruselas, debería compensarse con un volantazo hacia el centro, rumbo a Ciudadanos maniobra que algunos, incluso en Moncloa, piensan tan razonable como inevitable. En su Aló presidente interminable de este martes, Sánchez, entre zambombas y autobombo, desmintió los rumores sobre un futuro cisma en la coalición. Palabra de presidente. Iglesias, por tanto, póngase usted en lo peor.
La otra alternativa sería más líquida y menos estruendosa. Es la que apuesta por el avance de Pablo Casado por la vía del arriolismo sincrético. Se sustenta la teoría en que la ira de los diez millones de parados, ya que no de los 70.000 muertos, propiciarán un vuelco electoral. Una posibilidad que ahora se antoja un delirio marciano. Entre otras cosas, porque aunque Sánchez pierda comba en las urnas y Podemos descienda sus apoyos electorales hasta el suelo de Anguita, con menos de veinte diputados, siempre vendrán a socorrerle los separatistas periféricos y los liliputienses regionales para que nada cambie en el tablero nacional. Que la derecha logre la mayoría absoluta de los 176 escaños en unas generales es ahora mismo un sueño etílico, una irrealizable utopía. O no. Circulaba hace días una reconocida encuesta que, por vez primera, avalaba esta posibilidad. Esto es, que las tres fuerzas del centroderecha, PP, Cs y Vox, sin necesidad de competir bajo un mismo cartel electoral, alcancen la mayoría suficiente para formar gobierno.
En plena apoteosis de éxito navideño, con presupuestos y vacuna, se antoja complicado pensar que y hay dos caminos para que el sanchismo se evapore, se volatilice, se esfume, desaparezca de nuestras vidas
En apenas dos años, Sánchez ha pasado de superviviente a indestructible. Así lo parece. Casado no es nadie o al menos así lo parece también. Los comunistas y los independentistas lucharán a dentelladas para evitar que la derecha retome el poder. También cierto. Pero ¿y si Sánchez, impelido por Bruselas y hastiado de la murga morada, cambia de rumbo? ¿Y si el voto centrista, tres millones, espantado del caudillo cesarista y sus compadres demoníacos, huye hacia la derecha y destartala a Frankenstein?.
Algún síntoma ya hay. Difícil de concretar, de trasladar al encerado de la realidad, bien es cierto. Arrebolado por sus éxitos navideños, con presupuestos, vacuna y más de cien mil carretadas de fondos europeos en el bolsillo, se antoja complicado pensar que existan dos vías para que el sanchismo se evapore, se volatilice, se esfume. En la primera, la de la ruptura con Podemos, Sánchez seguiría al frente del país pero ya sin sus apósitos de ponzoña radical y terrorista. En el segundo, el bonapartín de la Moncloa tendría que volver con Begoña y demás familia a su pisito de Aravaca. Y España, tan feliz.