- Feijóo tiene que explicar con la mayor claridad qué es lo que quiere para España y los españoles. Tiene que abordar compromisos positivos y prometer un clima político distinto y mejor.
El inesperado resultado electoral ha colocado a Alberto Núñez Feijóo ante una situación en extremo incómoda que se ha traducido ahora en un encargo de investidura, muy razonable a la vista de la composición del Congreso, pero lleno de complicaciones para el líder del PP. Y no sólo porque el éxito del intento parezca inverosímil.
Feijóo no podrá repetir ante el Congreso el tipo de argumentos que empleó el PP en la campaña, lo cual puede ser un alivio. Porque no tendría ningún sentido defender una derogación del sanchismo que la cámara rechazaría con toda probabilidad, como en cierto modo lo rechazó una mayoría de españoles que votaron por la izquierda y/o por los nacionalismos el pasado 23 de julio.
¿Qué puede hacer Feijóo? Existen dos posibilidades.
La primera, tratar de alcanzar ahora mismo una mayoría. Lo que, a su vez podría intentarse con dos estrategias distintas.
La segunda, hacer un discurso programático que se pudiese interpretar como un momento de refundación del PP y, a su vez, como un llamamiento político para el caso de que se produzca una nueva convocatoria electoral. Algo que, hoy, tiene perfecto sentido.
La primera posibilidad implicaría ganarse la benevolencia del PNV e incluso de otras fuerzas nacionalistas, lo que exigiría unos equilibrismos y ambigüedades que certificarían con claridad que al PP lo único que de verdad le interesa es alcanzar el poder a cualquier precio. Mal comienzo y, con bastante probabilidad, peor resultado.
«El PP ha cometido un error garrafal, en primer lugar, apuntando a la confrontación, algo que desea y procura la izquierda con mucho mayor éxito»
Una variante de esta opción implicaría presentar a la Cámara un programa de reformas de fondo que requerirían el apoyo de una mayoría que ahora no se vislumbra. Algo que, en su versión más rocambolesca, implicaría el cambio de voto de algunos socialistas buenos, una especie más bien imaginaria, amén del acuerdo con fuerzas que no tienen el menor interés en que se alcancen esa clase de cambios.
No parece un intento interesante, por mucho que se lo adorne.
La segunda posibilidad tampoco tendría visos de obtener una mayoría en el actual Congreso, pero implicaría un cambio de fondo en la posición que el PP adoptó ante estas elecciones (la derogación famosa) y podría conseguir que los electores vean una posibilidad que ahora no ven en una futura victoria del PP.
¿A qué me refiero?
El PP ha cometido un error garrafal, en primer lugar, apuntando a la confrontación, algo que desea y procura la izquierda con mucho mayor éxito.
En segundo lugar, el PP ha pensado que basta con encarnar la defensa de los valores constitucionales más o menos en entredicho, por decirlo de una manera resumida. Está claro que si ha podido hacer eso es porque existen motivos para hacerlo.
Pero la experiencia ha demostrado que, si bien ha habido muchos votantes dispuestos a apoyar esa forma de ver, su número no ha alcanzado para obtener la mayoría necesaria en el Congreso.
Y si segundas partes nunca fueron buenas, es obvio que insistir en una estrategia similar llevará a idénticos fracasos.
Feijóo tiene, por tanto, una oportunidad para cambiar el tono y la orientación de su propuesta en una ocasión especialmente solemne y sería lógico que la aprovechase para cimentar una nueva mayoría electoral. Puede hacerlo con facilidad con sólo cambiar el tono de su propuesta, haciendo que se pase del rechazo frontal a una política que no gusta a la propuesta de políticas alternativas que sí podrían gustar.
Feijóo tiene que explicar con la mayor claridad qué es lo que quiere para España y los españoles. Tiene que abordar compromisos positivos y prometer un clima político distinto y mejor. Tiene que demostrar que cree en las posibilidades de España y en el empeño de los españoles, y arriesgarse a proponer medidas que supongan esfuerzo, porque nada se ha ganado nunca con la pasividad y el conformismo.
La España de 2023 tiene problemas graves y abundantes. Algunos creen que la política consiste en el arte de fingir que no existen, en engañar a los más diciendo que vivimos en Jauja, que no debemos dinero a nadie, que podemos pagarnos las mejores pensiones sin dificultad, que no importa que nuestras universidades sean mediocres, que no pasa nada porque otros nos desprecien o se mofen de los acuerdos que han suscrito. Y así con un buen rimero de asuntos.
El PP no puede presumir de todo lo bueno y atribuir al sanchismo, o a quien sea, todo lo malo. Pero sí puede comprometerse a llevar adelante una política responsable, a restaurar consensos imprescindibles, a emprender reformas valientes pero muy necesarias.
Feijóo tiene una tarea por delante nada fácil, pero no debería incurrir en el error de volver a pensar que los defectos del rival lo convierten, sin más, en la alternativa inevitable, porque no es así ni va a serlo luego. Tiene que atreverse a concretar, a suscitar atención y esperanza, para que muchos más españoles lo vean como una posibilidad con la que contar.
«El PP debe dejar de ser un partido ensimismado y gruñón que se cree con derecho a gobernar»
Ningún partido puede seguir pensando que lo sabe todo, que es soberano y que su dirección es infalible. En especial si su clientela está en el centroderecha, donde no abundan los que creen en el maná perpetuo de un Estado dadivoso. Tiene que acostumbrarse a estudiar y debatir, a ser un partido con contenido y que se toma en serio el mandato constitucional de ser un cauce de participación, no un coto cerrado.
Esta es la novedad que Feijóo tendría que dar a entender. Que en el PP van a ser mejores porque van a empeñarse en buscar soluciones a nuestros problemas reales. En dejar de ser un partido ensimismado y gruñón que se cree con derecho a gobernar.
Esto no es algo que se pueda arreglar en unas semanas. Pero Feijóo puede apuntar a ese horizonte para dar señales de que ha entendido por qué muchos electores lo han abandonado y otros ni siquiera se lo toman en serio. Tiene tiempo por delante, pero todo lo que invierta en mejorar su oferta sin divagar con pactos inverosímiles agrandará su figura, aunque no obtenga la investidura a que se presenta.
Esta es la dificultad que tendrá que superar cuando se dirija a la Cámara y a los españoles que están preocupados ante una decadencia económica innegable, una atmósfera política irrespirable y un futuro lleno de amenazas para su libertad, su dignidad y su bienestar.
Feijóo tiene que asumir que vino a una tarea, pero que tendrá que enfrentarse a otra. Eso le exige no sólo aprender de los errores, sino demostrar que se dispone a algo más que heredar el poder por el desgaste ajeno. Que propone una política rigurosa y exigente y se considera capaz de hacerla, con sinceridad, fortaleza, propósito firme y claridad de ideas, sin esperar ninguna especie de milagro.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.