No dejo de maravillarme con los fichajes que hacemos en el ámbito político. Y me maravillo porque recuerdo la época en la que nuestros políticos eran de la talla del señor Tamames, por ejemplo, cuyo currículum puede llevarte un buen rato si quieres leerlo completo. Ahora nos los presentan como la bollera sorda, el atleta, la médica y madre, el torero y, como no, la cajera. A la gente de izquierda le parece fantástico que llegue a ser ministra una señorita cuya única experiencia laboral se resume en unos meses ejerciendo de cajera en un supermercado. No entiendo yo tanta ejemplaridad. A mí no me sorprende en absoluto que haya llegado a tener a cargo un ministerio, si ya sabemos todos cómo lo ha conseguido. Lo que me causa inquietud y me crea preguntas es cómo llegó a trabajar como cajera, eso sí que me sorprende. Y se lo dice una servidora, cuyo primer trabajo fue de cajera en lo que antes se llamaba Pryca y ahora se conoce como Carrefour.
«Pero Rosa, si nos contabas el domingo pasado que trabajaste en un bingo, ¿ahora resulta que también de cajera?«. Pues sí, amigos, ya os dije en su momento que una ha hecho prácticamente de todo para sobrevivir. Puedo exceptuar lo de acostarme con alguien por interés económico o por favores de cualquier tipo, que yo para eso soy de la vieja escuela: si tengo sexo es únicamente a cambio de orgasmos, aunque tengo que reconocer que alguna vez ni eso me he llevado.
Pero volviendo al tema que me preocupa, que lo de los orgasmos ya está resuelto, no termino de comprender cómo es posible que a una persona que ha estudiado magisterio o filosofía, por ejemplo, y cuya experiencia se reduce a cambiar cromos en el colegio, a la hora del recreo, y afiliarse a un partido político en la universidad, la pongan al frente del Ministerio de Sanidad, Consumo, Transportes o el recientemente inventado Ministerio de Igualdad. Que conste que no dudo de que el país pueda ir bien colocando en estos puestos de responsabilidad a personas que no han realizado un presupuesto en su vida, que no saben lo que es facturar y que desconocen cómo se elabora una nómina, siempre y cuando se rodeen de 286 asesores personales, como nuestro presidente. El problema es que si miramos los méritos y especialidades de estos asesores, nos encontramos con el primo fontanero o el cuñado administrativo del político en cuestión, con lo que la cosa se dificulta un poquito. Ya tenemos que confiar en los asesores de los asesores de los políticos. No sé vosotros, pero yo tanta fe no tengo.
Presidente o directora general de cualquier multinacional, tampoco descarto la presidencia de algún país, ministra de lo que me salga o «capitana generala» de la NASA
Después de comprobar, mediante las cuentas de TikTok de esta gente, que cualquier chavala que parece sacada de un polígono se puede embolsar la nada despreciable cantidad de cien mil euros al año, he recapacitado y no me ha quedado otra que dejar mi trabajo.
He llegado a un acuerdo de despido con la empresa en la que tenía un contrato indefinido, porque creo que en esta vida hay que ser ambicioso y no me querían pagar los cien mil al año. Así que he hecho lo que hay que hacer en estos casos, actualizar el currículum y enviarlo a las empresas en las que quiero trabajar desarrollando un puesto de trabajo determinado: presidente o directora general de cualquier multinacional, tampoco descarto la presidencia de algún país, ministra de lo que me salga o «capitana generala» de la NASA. Este último es un cargo nuevo, pero tenéis que reconocerme que soy mejor inventándome puestos para cobrar un pastón que toda esta gentecilla que tenemos en el Gobierno.
En esa actualización he tenido que adaptarme a los tiempos modernos: he eliminado toda mi experiencia laboral y todos mis títulos, excepto una carrera en letras y un máster del que nadie ha oído hablar. Luego he destacado el apartado de «aptitudes», que lo he puesto en negrita y mayúsculas, para que se vea bien. No os lo voy a negar, he hecho lo que hacemos todos: mentir en el currículum. Si no, esa parte, que es la más importante, no iba a estar a la altura. Así que he resaltado que soy bollera, que tengo tengo acúfenos (porque ponerme de sorda me parecía muy arriesgado, aunque se me da bien hacer oídos sordos a muchas cosas), que corro maratones y que soy feminista, vegana, resiliente y con aspiraciones a incorporarme con transversalidad a una empresa ecosostenible e igualitaria. Como soy una antigua, no quería poner lo de «bollera», quería poner lesbiana, pero le he preguntado a la vecina del tercero, la hermana de Pili, que tiene novia y sabe de estas cosas, y me ha dicho que no pasa nada, que solo está feo cuando te lo dice alguien que te cae mal y que si en la entrevista de trabajo me lo llaman y no me contratan, puedo denunciar a la empresa por homofobia, pero creo que es mejor que me apunte a una asociación LGTBI antes de ir a entrevistas.
De aquí a nada me veis como a los comunistas de verdad, los buenos, los que no pueden contar con los dedos de una mano las propiedades que tienen y que presentan programas de televisión
Y nada, que aquí estoy sentada en el sofá, esperando la llamada de la NASA, aunque de momento he gestionado lo de cobrar el paro, por saber qué se siente al recibir una prestación del Estado, que me hacía ilusión, porque nunca en la vida había cobrado yo subvención alguna ni ayuditas de ningún tipo. Me han dicho que eso es porque soy de extrema derecha. Así que supongo que ahora ya soy comunista. De aquí a nada me veis como a los comunistas de verdad, los buenos, los que no pueden contar con los dedos de una mano las propiedades que tienen y que presentan programas de televisión donde, cuando no hacen chistes de Franco, se suenan la nariz con la bandera de España.
Estoy muy esperanzada con este giro radical que le he dado a mi vida. Y muy ilusionada con tener un salario de seis cifras. Pero tranquilos, que a mí no se me va a subir a la cabeza: de vez en cuando entraré en el metro a hacerme fotos en el andén y dentro de un vagón, para subirlas luego a mi Instagram y que así podáis ver que soy de clase trabajadora, como vosotros.