Ya iba siendo hora de que hablásemos del constitucionalismo; aquí sólo hablamos de nacionalismo, como si los demócratas no existiéramos. El día 15 en Vitoria veremos a politólogos y políticos hablando sin insultarse, los de izquierda, los de derecha y mediopensionistas de buen talante. Los que creímos que con el nacionalismo se podía pactar y los que siguen creyendo lo mismo.
Me llama mi madre y, para no hablar de otra cosa, me reprende y me dice que me olvidé citar la semana pasada, cuando me dio por los enmascarados, al Guerrero del Antifaz y a Dick Turpin, y era cierto. No sé qué nos pasa que estamos todos de un excelso nostálgico. Nos acordamos de cosas de hace cincuenta años y no hablamos de lo que de verdad nos preocupa. El sábado, en el programa de Radio Nacional (con perdón) de España (con perdón) No es un día cualquiera, preguntaron cómo se llamaba el «caballo blanco» de Roy Rogers, personaje del primer tebeo americano que vi tras establecer EE UU relaciones diplomáticas con Franco. La locutora, que se llama Pepa, creía que nadie se lo iba a saber, y empezaron a lloverle correos. Yo también me lo sabía, porque he creído durante años que la única cosa buena del plan de colaboración con los norteamericanos de 1953 fue que llegaran esos tebeos. Pues el caballo, que no era blanco, sino marrón claro con una larga crin rubia -¿en qué estaría pensando el documentalista?- se llamaba Tiger en inglés y Tigre en castellano. A mi amigo Zubiaga los tebeos que le gustaban eran los de Hopalong Cassidy.
Con mi madre, mujer politizada donde las haya, hablo de estas tonterías, no vayamos a romper relaciones porque me estoy volviendo muy de derechas. Yo le sigo comentando cómo está el patio y le digo que si tomaba a guasa lo del alcalde enmascarado de Huesca, que no lo haga, que a otro de Lérida un vecino, por no arreglarle la alcantarilla, le ha atropellado con su coche y le ha destrozado una pierna.
Y fui a ver las escalinatas del complejo urbanístico de Uribitarte diseñado por Isozaki (en euskera recuerda al hielo), y me pareció triste y macabra; y para recordar el hielo, frías, dignas de la película Matrix. Casi le doy la razón a Calatrava porque, en comparación con su grácil puente -tan grácil que todo el mundo patina y sale volando-, lo otro tiene tintes lúgubres, con esos tonos tristes de moda en las nuevas cadenas de televisión, ante las que cambias de canal. Para depresiones, ya están los telediarios,
Pero en el adoquinado patio interior de esta finca triste y nostálgica, digna de una larguísima y desesperante descripción propia de Thomas Mann -siempre que le lees guardas la esperanza de que algún amigo te llame al móvil y te interrumpa-, florece una iniciativa de encuentro presidida por Manu Montero y erigida por esa hormiguita constante del republicanismo cívico que es José Mari Salbidegoitia.
La jornada que han organizado el 15 de este mes en el Palacio de Villa Suso de Vitoria es sobre el Constitucionalismo vasco. Ya iba siendo hora de que hablásemos del constitucionalismo cuando sólo hablamos de nacionalismo en este país, como si los demócratas no existiéramos. (Ciertamente, cabe la pequeña posibilidad que haya nacionalistas que sean demócratas: como Pujol y pare de contar). El que quiera acudir, que vaya pensando en dedicarle todo el día, porque empieza a las 9.30, con una intervención de Txema Portillo, y acaba a las 19.30 con una mesa redonda en la que intervienen Ramón Jáuregui, Emilio Guevara, José Ramón Recalde y Leopoldo Barreda. Yo espero mucho de Emilio Guevara, porque está de genio, y en ese estado se pone brillante.
Será una florecilla para el optimismo entre el gris adoquinado de la plaza del Machete vitoriana y los rostros crispados por la situación, Pero allí no los habrá, porque nos vamos a ver los de izquierda, derecha y mediopensionistas de buen talante. Los que creímos que con el nacionalismo se podía pactar y los que siguen creyendo lo mismo. Sin acritud, como diría Felipe González. Ante tanta emoción, un poco de reflexión debería ser la receta que los psiquiatras nos dieran en esta coyuntura política.
Así que, permítaseme por una vez hacer publicidad y recomendar esta jornada. Si quiere ver a politólogos y políticos hablar de política sin insultarse, acuda el día 15 a Villa Suso. Estos son políticos de la transición y aprendieron entonces que la educación es lo más importante. Como diría mi madre, en la mesa, en el juego, y en la política (esto es suyo), se conoce al caballero.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 7/3/2007