El Correo-FERNANDO REINARES

Si los yihadistas de Las Ramblas y Cambrils cometieron los atentados fue porque lograron desenvolverse sin inquietar a las agencias de seguridad con mandato antiterrorista en Cataluña

Terroristas con voluntad y medios para matar, así como incapacidad de los servicios antiterroristas para evitarlo. Estos son los dos factores que, en lo fundamental, explican lo ocurrido el 17 de agosto de 2017 en Las Ramblas de Barcelona y, a primera hora del día siguiente, en el paseo marítimo de Cambrils. Se trata de los mismos dos factores que esencialmente explican desde atentados como los del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, el 11 de marzo de 2004 en Madrid, o el 7 de julio de 2005 en Londres, hasta los perpetrados del 7 al 9 de enero y el 13 de noviembre de 2015 en París, o el 22 de marzo de 2016 en Bruselas. Aunque, en el caso del 17-A, los terroristas no lograsen llevar a cabo los planes ni en la fecha que habían fijado, ni del modo que habían previsto, ni contra los blancos que habían señalado.

Estos terroristas pertenecían a una célula yihadista cuya formación comenzó durante 2015 en Ripoll, promovida y liderada desde el principio por un imán marroquí que usó el oratorio islámico que allí dirigía para radicalizar primero a tres jóvenes, hijos de inmigrantes marroquíes y que ya simpatizaban con el salafismo. Estos, a su vez, contribuyeron a reclutar –entre sus hermanos menores, primos y amigos– a seis individuos más de igual ascendiente, cinco de los cuales se incorporaron en 2016 y otro en 2017. La célula de diez miembros que configuraron fue una de las varias –las fuerzas y cuerpos de seguridad consiguieron desmantelar el resto– constituidas dentro de España, entre 2013 y 2017, como resultado de la estrategia internacional de movilización desarrollada por la organización que desde 2014 se denomina Estado Islámico.

Pero los integrantes de la célula de Ripoll, que se consideraban a sí mismos «elegidos de Alá para defender el islam» y «soldados de Estado Islámico en la usurpada tierra de Al Andalus», no optaron por irse a Siria e Irak como combatientes terroristas extranjeros, sino por quedarse y actuar, desde donde residían, siguiendo las directrices que marcaban los líderes de esa entidad yihadista y probablemente en contacto con algún militante significativo basado en el califato que habían establecido. A partir de mayo de 2017, paulatinamente apartados de su entorno social más próximo y utilizando dinero de sus nóminas o procedente de la venta de bienes personales y de joyas robadas, empezaron a hacerse con los medios necesarios para preparar una serie de atentados que deseaban altamente letales y a seleccionar blancos donde ejecutarlos.

Ahora bien, si los terroristas del 17-A consiguieron obtener esos medios y atentar con ellos fue también porque lograron desenvolverse sin inquietar a las agencias de seguridad que en Cataluña cuentan con mandato antiterrorista; es decir,

Mossos d’Esquadra, Policía Nacional y Guardia Civil, además del Centro Nacional de Inteligencia. A todos estos servicios constaba, sin embargo, que el líder de la célula de Ripoll había estado relacionado con círculos yihadistas. Fue muy hábil disimulando sus intenciones ante los miembros del CNI que entraron en contacto con él mientras se encontraba en prisión cumpliendo una condena por tráfico de drogas y en los Mossos no se dio importancia a la noticia que recibieron en 2016 sobre sus movimientos en la ciudad de Bélgica donde se encuentra la principal bolsa de islamismo radical de ese país.

No sólo el líder, sino sus tres principales lugartenientes en la célula yihadista de Ripoll, mostraron asimismo mucha destreza adoptando precauciones para preservar la naturaleza de sus propósitos. Por ejemplo, al comunicarse telefónicamente entre sí de manera segura sobre sus planes y preparativos terroristas, evitando que sus comunicaciones pudiesen ser interceptadas. Además de utilizar sus líneas particulares de telefonía móvil, recurrieron a no menos de 13 números de teléfono activados mediante tarjetas prepago que adquirieron, entre mayo y agosto de 2017, haciendo uso de identidades falsas, en establecimientos comerciales situados fuera de la localidad en la que vivían y en los que no se verificaban los datos personales de los compradores.

Con todo, los miembros de la célula de Ripoll no pudieron consumar sus ambiciosos planes de matar a cientos de personas, mediante al menos tres furgones cargados con triperóxido de triacetona (TATP) y bombonas de butano, así como una veintena de otros artefactos explosivos –incluyendo chalecos bomba propios de atentados suicidas–, el 20 de agosto de 2017, en dos lugares de Barcelona cuando registrasen gran afluencia de personas: el templo de la Sagrada Familia y el estadio del Fútbol Club Barcelona. Aunque también habían buscado blancos en Gerona, Valencia y Zaragoza, además de en París, a donde destacados miembros de la célula habían viajado en diciembre de 2016, al igual que los días 11 y 12 de agosto de 2017, fotografiando en esta última ocasión los alrededores de la Torre Eiffel.

La destrucción accidental de los hasta 500 kilos de TATP que los terroristas habían fabricado y acumulado en el inmueble de Alcanar que les sirvió como base de operaciones frustró esos planes e improvisaron lo que finalmente fueron los atentados en Barcelona y Cambrils. Atentados que, en cualquier caso, resultaron de su voluntad de matar y de contar con medios para ello sin que los servicios antiterroristas –que en los años previos desbarataron atentados en fase de planificación y ejecución, incluso para ser perpetrados en Barcelona– fuesen capaces de impedirlo.