El tema territorial, la añeja bandera de la unidad de España, y el pacto político con los terroristas son temas muy sensibles. Es urgente hacer entender al Gobierno que está siguiendo un comportamiento inusual respecto al de la Transición, aquel que tenía en cuenta a la otra España, y que deje de aportar argumentos para que surja una extrema derecha potente.
El título de este artículo fue el de un libro escrito por Patxo Unzueta y José Luis Barbería en el que describían el origen y las razones de la desarticulada situación política vasca y el drama, consecuencia de lo anterior, que muchas personas ajenas al nacionalismo padecían. El mismo título, como más de uno predijera en su día, se puede atribuir hoy a toda la situación política española, porque el problema vasco nunca fue exclusivo de allí, aunque estuviera reducido territorialmente. Era consecuencia de la inexistencia de los mínimos consensos políticos necesarios y a la inexistencia, o casi inexistencia, del Estado en aquella latitud. Hoy, cuando lo de los orígenes libertarios del socialismo español ha dejado de tomarse como se tomó en su día, como una salida original de ZP, y tenemos motivos de sobra para creer que hablaba en serio, en plena reducción del papel del Estado y la desaparición de los consensos con la derecha, el PP, podríamos hacernos la misma pregunta que los anteriores autores se hicieron sobre el País Vasco, pero dirigida esta vez a la situación española, lo que es mucho más grave.
No debiéramos tomar con frivolidad la necesidad del Estado ni la del consenso político, consenso que hiciera posible la Transición democrática, la existencia de la nación de ciudadanos que desde entonces y hasta la fecha ha sido España, y desde ésta la formulación de un Estado. No se debiera tomar frívolamente estas cuestiones, que en sociedades cercanas a la nuestra como la británica evitaron las guerras civiles desde el siglo XVII. Dicho de otra manera más vulgar, no debiera jugarse, en palabras de Felipe González, con las cosas de comer, porque llegamos a situaciones que empiezan a preocuparnos a los más sensibles ante la cosa pública, porque pueden acabar con el desenterrramiento, que ya está pasando, de nuestros demonios familiares, para acabar en el consiguiente enfrentamiento civil.
Lo que ya es cierto es que los más sensatos empezamos a preocuparnos por el desencuentro del Gobierno con el PP, no exclusivamente en el tema de la negociación con los terroristas, que es el más emotivo, también en otro tema tan fundamental como es la organización territorial del Estado. Las cosas están tan mal que hasta un líder de Batasuna, Joseba Alvarez, ha visto la necesidad de llamar al PP al encuentro de la negociación, porque sabe, y los de Batasuna saben más de política que muchos de nuestros políticos en coche oficial, que sin éste no hay posible solución en el tema que les concierne. Otra cosa es dilucidar que tal como se ha planteado el tema de la negociación nunca va a tener solución salvo que se venda el Estado, la justicia, la convivencia, es decir, todo. Venta a la que no accedería el PP que sabe de política más por conservador que por sabio, lo que no es mucho, pero si lo suficiente para estos temas.
Pues todo empezó con el “estáis solos” que se les espetaba a los conservadores cada vez que perdían una votación en el Congreso. No era una mera aseveración, era una declaración peyorativa, un recochineo, una condena, “ahí os pudráis”, que a muchos vascos nos recordaban máximas excluyentes de los nacionalistas para irnos echando hacia el exilio, para apartarnos de en medio. La falta de respeto hacia el PP no nos permitía presagiar nada bueno a los que habíamos conocido comportamientos similares en el País Vasco. Vimos la exclusión del PSOE y del PP en el Pacto de Estella por parte de los nacionalistas, y la vimos en el de Tinell sólo hacia el PP, con la firma esta vez de los socialistas, que entraban así en un sectario comportamiento poco democrático. Con la asunción total de su espíritu en el eslogan utilizado contra el PP en la campaña del Estatut.
Exclusión que se aprueba nada menos que ante la inauguración de una nueva era política con la reforma territorial del Estado, con todos los roces y dudas de inconstitucionalidad que pudiera acarrear, y la posible negociación con ETA, epopeya en la que se considera innecesaria la presencia del PP, hasta que se le echa en falta. Ahora es un poco tarde, aunque siempre es mejor que se le empiece a echar en falta aunque sólo sea por razones pragmáticas, que es al fin y a la postre de lo único que entienden los políticos de izquierdas actuales.
Ahora es más difícil la presencia del PP porque la nueva era está en marcha sin su aportación, porque de seguro con ella la nueva era no hubiera sido para tanto, porque probablemente estuviera previsto que en la nueva era, si quería llegar a ser tal, no podía caber el PP. Pero es la servidumbre de la democracia, que no da lugar a grandes ciclos, ni a eras ni a épocas, es el sistema en el que sólo debiera perturbar el sueño el lechero, la que hace imprescindible la presencia del adversario, entre otras razones para que la política se centre y no surjan extremismos como los que ahora estamos vislumbrando.
Pero el narcisismo de los recién llegados les llevó a hacer las cosas sin obstáculos, tic muy propio de todos los que se han creído gestar revoluciones. Los obstáculos imaginados fueron abolidos, y se empezó a mirar al futuro pletóricos de voluntarismo. Un voluntarismo tal que cualquier cosa era posible, devolver el país en su estructura territorial a la época de los Austrias (cosa curiosa porque los Austrias nunca fueron objeto de devoción para nuestra izquierda, aunque no sepan que el modelo es el de los Austrías) o hacer la paz con los terroristas con un cierto desprecio a las anteriores experiencias fracasadas y hacia los disconformes.
El tema territorial, la añeja bandera de la unidad de España, y el pacto político con los terroristas son temas lo suficientemente sensibles que debiera corresponder al Gobierno preocuparse por ellos, encontrar el acuerdo con la otra parte, no sólo con los aliados colaterales, y no favorecer la creación de una extrema derecha ante tan emotivos argumentos. Es que en democracia, otra mención a los británicos, habría que estar dispuestos a dar la vida para que el adversario pueda defender sus ideas, y aquí no le damos ni los buenos días. Tras más de veinte años sin sustos empezamos a sentirnos incómodos y aburridos, llevamos las rupturas hasta límites con riesgos, quizás a la búsqueda del poder por más tiempo, y, ahora, los listos del lugar empiezan a preocuparse por la ausencia del PP.
Pero después de qué. Después de que hasta el más tonto haya descubierto que el debate del estado de la nación, donde con una prudencia que no necesita de pactos previos se decide no hablar de la negociación con ETA, se sustituyera con nocturnidad por una declaración del inicio de las conversaciones oficiales del PSE con Batasuna, que además de una falta de educación política propia de matones, constituye toda una infamia, aceptable sólo si la inquina hacia el PP es más grande, mucho grande, que hacia ETA. Pero además, esa declaración hecha exclusivamente ante la prensa, producto de un proceso cuya iniciativa la controla ETA, que perturbó el ánimo de los socialistas ante la amenaza de bloqueo de las conversaciones, y que tienen que aceptar sin conocimiento previó de Zapatero, constituye una patada en la entrepierna y en la esencia de todo lo que había sido el necesario comportamiento establecido desde la Transición. Día en el que además de no informar al PP, se le engaña, y se traslada la comunicación y la relación política, con la posibilidad, por consiguiente, de pacto, hacia los terroristas y no con el PP. Ellos, los de ETA, si saben de política, por eso no es de extrañar que estuvieran al día siguiente exultantes, podían incluso fantasear con que se habían cargado la Transición. Pero yo tengo el deber de exculpar a los que han promovido tan tremenda aberración política porque, además de que son los míos y estas coyunturas pasan, no son conscientes de lo que han hecho.
He suspirado aliviado cuando he visto que la manifestación de la AVT, con todas las razones para estar indignados, no ha sobrepasado la raya del comportamiento cívico. Y aunque los discursos hayan sido más duros que nunca no se ha pasado de la admisible crítica. Lo urgente es hacer entender al Gobierno que está siguiendo un comportamiento inusual respecto al de la Transición, aquel que tenía en cuenta a la otra España, y que deje de aportar argumentos para que surja una extrema derecha potente, que incluso supere y debilite al PP, que esperemos no sea un objetivo buscado. Que se preocupe de la modernidad de verdad, en la que no entrará si no es tras la sincera conclusión de que sin la aportación de la derecha nunca seremos un país moderno, y, posiblemente, tampoco democrático.
Teo Uriarte, BASTAYA.0RG, 13/6/2006