Alberto Alonso Martín-El Correo
Director del Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos-Gogora
- Los ecos de los mensajes de odio resuenan en nuestras calles. No olvidemos la turba que quiso linchar a un migrante en Hernani
Cuando se escuchan las últimas declaraciones de la ultraderecha contra la inmigración y se ven las consecuencias que estos mensajes de odio tienen, haciendo volar por los aires la convivencia como pudimos comprobar en Torre Pacheco, uno comprende que el silencio, la indiferencia, la mirada esquiva hacia otro lado no pueden ser, otra vez, la respuesta social mayoritaria.
Las «cacerías» humanas ocurridas en la localidad murciana de Torre Pacheco no han sido un episodio aislado ocurrido a más de 700 kilómetros de nuestro sofá. Los ecos de estos mensajes de odio también resuenan desde hace tiempo en nuestras calles. No olvidemos la turba que quiso linchar a una persona migrante en Hernani, donde solo gracias a la pronta intervención de la Policía Municipal y la Ertzaintza pudo ponerse fin al intento de linchamiento.
Lo que ha llamado la atención de mucha gente con relación a esta cacería xenófoba de Hernani, con claras conexiones con los mensajes que Vox avienta, ha sido que estos ‘cazadores’ vascos, ante la frustración de no poder linchar al inmigrante acosado, comenzasen a corear «Gora ETA militarra». Son muchas las personas que no acaban de entender este cóctel aparentemente disparatado donde se dan la mano la ultraderecha y el abertzalismo más radical. La misma izquierda abertzale se enfrenta atónita a lo que parece una relectura inquietante de su pasado más reciente.
Es verdad que si uno mira con detalle nuestra historia puede hacerse una idea del origen de este aparente cortocircuito político. Así, podemos recordar las declaraciones de Jon Idigoras, portavoz de Herri Batasuna en las décadas finales del siglo pasado, donde hacía referencia a la migración de personas de diferentes lugares de España hacia la industrial Euskadi como una «verdadera invasión», una «oleada de inmigración bien calculada y dirigida desde el propio Gobierno franquista». Quizá nos encontremos ante una de las primeras formulaciones modernas de la teoría del ‘gran reemplazo’.
Además, la preocupación de Idigoras poco se diferenciaba de la aireada hoy por Vox. A él también le preocupaba «cuando en los bares empezaban a cantar en andaluz o hablaban con el ceceo, de alguna manera sintiéndose aquí como en su propia casa». Al portavoz abertzale parecía inquietarle, como a la ultraderecha actual, encontrarse con migrantes que consideraban Euskadi «su propia casa». Como reacción a tal fatalidad, nos sigue contando, «aquí había una especie de reacción contra ellos», organizando «cantidad de follones».
Dudo mucho que ni uno solo de los cavernícolas xenófobos de Hernani haya leído jamás las ocurrencias de Idigoras. Es más, dudo que sepan quién fue aquel señor. ¿Acaso saben qué fue ETA? Buena parte de los ‘cazadores’ son adolescentes nacidos cuando la banda terrorista había dejado de matar.
Pero algo de aquel mensaje parece haber calado. Quizá la idea de que existe un bien superior, un bien colectivo cuya salvaguarda justificaría la agresión a los derechos más básicos de los individuos. Una idea de ‘pueblo amenazado’ cuya defensa estaría por encima del respeto a los derechos humanos. O, en palabras de la portavoz de Vox, «hay algo más importante que preservar», algo que está por encima del respeto a la dignidad de cualquier persona, algo en lo que parecen coincidir la señora De Meer y Jon Idigoras: «tenemos que sobrevivir como pueblo». Más allá de la aparente paradoja, por tanto, existen conexiones entre el extremismo de Idigoras, el de la ultraderecha española o el del centenar de presos que recientemente volvía a reivindicar la legitimidad de quienes mataron en nombre de «la causa».
Quizá la única diferencia es que aquí, en Euskadi, estos grupos pretenden reescribir nuestro pasado más reciente buscando con ello legitimar el uso de su violencia. El riesgo es que pretendan nutrirse de la tibieza con la que la sociedad vasca sigue tratando sus heridas pasadas para, así, rellenar los huecos con relatos donde los héroes y los mártires vuelvan a ser un referente y justificación de la lucha contra los traidores y los villanos.
Es mucho lo que está en juego. Es necesaria una posición clara e inequívoca en la defensa de los derechos humanos y del Estado de Derecho por parte de todas las instituciones democráticas vascas y de todos los partidos políticos. No podemos seguir hipotecando nuestro futuro común esquivando la incomodidad que nos genera mirar al pasado. A la vista está que esa estrategia no funciona.