Florencio Domínguez, EL CORREO 02/01/13
La historia revela que si un grupo terrorista quiere abandonar sus armas puede hacerlo sin problemas; sin ayuda del gobierno.
El abogado sudafricano Brian Currin, primero, y EH Bildu, después, han venido a exponer en los últimos tiempos la misma idea: ETA está deseando entregar su armamento, pero no puede hacerlo porque el Gobierno no va a hablar con la banda. ETA quiere el desarme, pero «no puede hacerlo sola», en palabras de Currin. La culpa de que no llegue ese desarme, por tanto, es del Gobierno. Esta parece ser la nueva línea argumental de la izquierda abertzale.
Los hechos conocidos, en cambio, revelan que a principios de 2011 ETA cambió de sitio sus zulos y escondites para hacer más difícil la localización de sus arsenales y no lo debieron hacer nada mal porque desde entonces no se ha encontrado ninguno de sus zulos.
La historia revela que si un grupo terrorista quiere abandonar las armas puede hacerlo sin mayores problemas y de muchas maneras. Puede utilizar a la Iglesia, por ejemplo. El grupo italiano Prima Línea decidió en 1983 poner fin a la violencia y disolverse como organización. Unos meses más tarde entregó sus armas al cardenal Martini, arzobispo de Milán, y lo hizo unilateralmente. En 1977, el cabecilla del ‘comando Iharra’, una célula de ETA que operaba en Tudela, se asustó y tiró las armas al río Ebro. La dirección le envió más armas y el etarra se las dio a un cura que las entregó a la Policía diciendo que las había recibido en secreto de confesión.
Igual ETA no quiere confesarse con monseñor Munilla ni con monseñor Iceta para confiarles sus armas. Vale. Puede entonces utilizar el recurso al chivatazo a la Policía como ha ocurrido otras veces. En diciembre de 1989 un aviso anónimo permitió a agentes franceses encontrar un arsenal oculto en el edificio ‘Delta’, de Anglet, con 200 kilos de explosivos, 20 granadas, 19 lanzagranadas y otros efectos. Francisco Múgica Garmendia, ‘Pakito’, culpó al hermano de Henri Parot del chivatazo. Otro precedente: en febrero de 1993 Pedro Gorospe, ‘Txato el viejo’, confesó a la policía francesa dónde se encontraba la fábrica de armas que ETA ocultaba bajo el caserío Etxebarne, de Bidart. ‘Pakito’, que había sido su jefe, se cabreó con el ‘Txato’: «Es grave lo que ha hecho Gorospe», escribió desde la cárcel.
Pero si ETA tampoco quiere tratos directos con la Policía puede hacer lo que hicieron los bretones del ARB en septiembre de 1999, que abandonaron 1.025 kilos de explosivos en una furgoneta. Era la parte que les correspondía del botín obtenido en el asalto cometido con ETA en Plevin, pero se asustaron y decidieron abandonarlos dentro del vehículo. Lo mismo, por cierto, que hizo ‘Fitipaldi’, el jefe de la logística etarra, en diciembre de 1987: abandonar 1.300 kilos de amonal en una furgoneta para salir corriendo ligero de equipaje.
Hay muchas más opciones para desarmarse, desde tirar las armas al río Oria, como hicieron los Zalacain en abril de 1987 con un cargamento de explosivos de ETA que tenían para repartir entre sus comandos, hasta hacer lo mismo que el IRA con parte de sus arsenales que se los vendió a la propia ETA por cese de negocio a cambio de efectivo.
Así que el desarme se puede hacer sin ayuda de nadie, pero eso no es lo que quiere ETA. La banda terrorista quiere dignificar su final convirtiéndose en un interlocutor legítimo del Gobierno, escenificar el proceso ante una corte de mediadores internacionales y cobrar como contrapartida la excarcelación de sus presos. Eso es algo más que el desarme.
Florencio Domínguez, EL CORREO 02/01/13