ABC 27/03/14
IGNACIO CAMACHO
· Tras irrumpir con su destemplada matraca en el velatorio de Suárez, Mas se merecía un portazo por falta de elegancia
CASI que se podía haber ahorrado el Constitucional los 37 folios de prosa jurídica, que de todas formas no se van a leer los talibanes del soberanismo: después de haber irrumpido con su matraca en el velatorio de Suárez, Artur Mas se merecía un portazo simplemente por falta de elegancia. Lo último que cabía esperar de un vástago de la burguesía catalana, educado en buenos colegios de élite, era un gesto de mala crianza, una presencia destemplada en un duelo. Entrar como un cobrador del frac en la solemnidad de la capilla ardiente de Las Cortes, donde le faltó desplegar una estela
da. Bien podía haber aprendido de Pujol, que aunque a la vejez se ha echado al monte de sus delirios nacionalistas conserva el seny y el saber estar de un señor que lleva el título de Muy Honorable: con su silenciosa, melancólica meditación ante el catafalco suarista dijo más que toda la verborrea incontenida y oportunista del hereu. Otro añorado político de la Transición, Joaquín Garrigues Walker, solía bromear en las reuniones preguntando si en ellas se iba a hablar como caballeros «o como lo que somos». Mas se acabó comportando el lunes como lo que es, o al menos como en lo que se ha convertido.
Porque antes de que le hirviese el agua del radiador y sucumbiera al delirio independentista con aires de capitán Trueno, el actual presidente de la Generalitat parecía un tipo de fiar, solvente y pragmático. Bajo el mentón prominente y el aspecto acartonado de maniquí de planta de caballeros, un poco al estilo del propio Adolfo, lucía porte de economista juicioso y político flexible, un producto de laboratorio diseñado para gestionar con cordura y paciencia el tardopujolismo durante el desparrame del tripartito. Empero, el día que Zapatero lo trajinó en Moncloa con ayuda de dos paquetes de Marlboro se retrató como un pardillo y desde entonces ha ido de yerro en yerro colocándose zancadillas a sí mismo. Cuando leyó del revés la eclosión emancipadora de la diada dejó caer el disfraz de estadista y se transformó en un pelele del radicalismo metido en un callejón sin salida. Un dirigente sensato se habría ido a su casa después del descalabro electoral de 2012 pero él se empeñó en huir hacia adelante a sabiendas de que lo único que le esperaba era un salto al vacío.