Gabriel Albiac-El Debate
  • El matrimonio como vía expedita al poder absoluto y al robo impune. En familia y en partido. O sea, en Mafia. Y la liquidación de los jueces. Con distintos grados de ensañamiento. Cristina Kirchner, hoy, camino del presidio. Y los Sánchez, a la espera

«Cristina Kirchner, camino del presidio». Lo leía ayer en toda la prensa internacional. A veces –pocas– el mundo parece estar bien hecho.

Al ingenio letal de Jorge Luis Borges debemos la diagnosis glacial del gansterismo peronista: esa aportación mayor de la República Argentina a la modernidad política del siglo veinte, que hoy Kirchner consuma: «los peronistas no son ni malos ni buenos; son incorregibles».

Hace medio siglo, veíamos aquel sangriento circo con mezcla de asco e hilaridad. Salpimentada con esa retórica rioplatense que, en la civilizada Europa, se nos hacía vomitiva. Comparados con los discursos de Perón, de su santa Evita incorrupta, de su no menos santa y no tan incorrupta Isabelita luego, más tarde del señor aquel de las patillas formato felpudo, de cuyo nombre mejor no traer ni memoria, hasta llegar a las sandeces del cleptómano matrimonio Kirchner…, comparados con ese circo a la altura de los Freaks de Tod Browning, los viejos líderes del fascismo europeo de entreguerras –a los que el necrófilo Perón plagió literalmente– parecían prohombres ilustrados. Ni Mussolini ni Hitler hicieron ridículos tan atroces cuanto los que practicaron Perón y su Evita. Y los que les siguieron de su linaje. La pestilencia de aquello era sencillamente insoportable.

Cristina Kirchner, hoy, camino del presidio.

De todos los estupores –y no son pocos– que la joven izquierda, salida de la Complutense, puso en pública exhibición a partir de su fundacional acampada en Sol de hace un decenio, la más descacharrante fue, para quienes veníamos de otra izquierda –que era otro mundo y que ya no existe–, su reivindicación del peronismo argentino y sus cucamonas dulzarronas con la alegre viuda de la Casa Rosada. Hasta los tiernos infantes que sepan tan sólo leer, tienen claro lo que fue el peronismo: la traslación por Juan Domingo Perón –tras su misión como agregado militar argentino en la Roma de Mussolini– del íntegro modelo fascista italiano a los usos locales rioplatenses. Con especial énfasis en la organización, a partir del lumpen más delictivo, de bandas de asesinos que apaleaban a muerte a quienes se opusieran a su venerado líder. A cambio de su fidelidad, el líder les daba carta blanca para robar lo que quisieran. Absolutamente todo lo que quisieran. Y les otorgaba respetable etiqueta sindical: «descamisados». Las bandas armadas se erigieron en sindicatos únicos. Y Argentina, del país rico que fue, pasó a convertirse en una gánster-república arruinada. No se ha recuperado jamás. De todos los fascismos del siglo veinte, sólo uno ha llegado hasta nosotros, al cabo de un siglo de depredación económica, social y moral absoluta: el peronismo.

Cristina Kirchner, hoy, camino del presidio.

Es el momento, pues, de echar mano de esas imágenes que ningún pobrecito telespectador va a poder presenciar en las quintaesenciadamente inmorales cadenas televisivas. Y a las que, al menos, los periódicos españoles debieran consagrar un cuadernillo separado:

– Cristina Kirchner, última (por ahora) líder carismática del fascismo peronista, reverenciada por un Pablo Iglesias que se derrite ante la lideresa del fascismo argentino, mientras aspira a ser contagiado por idéntico carisma. Una pasta, vamos.

– Cristina Kirchner, última heredera del populismo del garrotazo y el tiro en la nuca, ofrecida a la mirada embobada de un Baltasar Garzón hacia la dama cuyo juez investigador amaneció milagrosamente cadáver. Una pasta, vamos.

– Cristina Kirchner, en sororal compañía de la tan humanitaria alcaldesa de entonces, la antes juez Manuela Carmena. La cual supongo habrá olvidado lo que pudo pensar cuando los camaradas de Kirchner asesinaban en masa a sus camaradas del partido comunista argentino. Una pasta, vamos.

– Cristina Kirchner, fascista tiernamente arrullada por la tan antifascista Irene Montero. Bueno, tal vez ésta no sepa lo que los hombres de Perón hicieron con los militantes de la extrema izquierda argentina: de ambos sexos. Que fue bastante peor que matarlos. Pero, seamos piadosos. Ni eso, ni nada, sabe la señora Montero: estrictamente nada. Se lo pueden contar los pocos trotskistas argentinos (de ambos sexos) que sobrevivieron. Una pasta, vamos.

– Cristina Kirchner, vieja heredera del fascismo bonaerense que sonrie halagada mientras José Luis Rodríguez Zapatero susurra algo dulce en su oreja derecha. Enternecedor. Francamente. Sobre todo, vistas las sollozantes epopeyas que el tal presidente español gusta emitir acerca de su pobre abuelito. Una pasta, por supuesto.

Cristina Kirchner, hoy, camino del presidio.

Fue el modelo. Sánchez y su esposa se limitaron a plagiarlo. Puede que el pupilo del peronismo, Pablo Iglesias, les contará la técnica de ese permanente golpe de Estado. El matrimonio como vía expedita al poder absoluto y al robo impune. En familia y en partido. O sea, en Mafia. Y la liquidación de los jueces. Con distintos grados de ensañamiento. Cristina Kirchner, hoy, camino del presidio. Y los Sánchez, a la espera.