Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- Exige un Ejecutivo fuerte y sólido, con amplia capacidad de maniobra habida cuenta de la dificultad de la ingente tarea a acometer
Prácticamente todos los sondeos desde hace varios meses -bromas de Tezanos aparte- coinciden en un cambio de mayoría a partir de las próximas elecciones generales, sean éstas dentro de veintiún meses o antes si el personaje diabólico que nos desgobierna sucumbe a los embates conjuntos de los casos de corrupción que le cercan, la incapacidad de presentar presupuestos y de aprobar leyes, la imposibilidad de atender a las peticiones maximalistas de sus distintos socios y la división entre ellos. En cualquier caso, sea cual sea la duración de la legislatura, parece oportuno plantearse cómo será la España que nos deje como herencia el dinamitero de La Moncloa. Sabemos ya que su legado será un país destrozado, partido en dos ideológicamente, fragmentado territorialmente, endeudado hasta las cejas y moralmente devastado. Por consiguiente, la alternativa que le suceda debe ser eso, una auténtica alternativa y no una mera alternancia como sucedió para nuestra desgracia en 2011, cuando las urnas dieron paso a un simple paréntesis inane, previo a la siguiente arremetida de las fuerzas disolventes.
Los partidos hoy en la oposición no deben olvidar, sin embargo, que hay una bolsa de votos “progresistas” sumida ahora en la apatía y el desánimo que puede ser reactivada si cometen errores graves de enfoque al igual que en los comicios de 2023 o si la izquierda consigue agitar en el último momento con suficiente eficacia el espantajo de la llegada de la “ultraderecha”. Dentro de la hipótesis más plausible de una suma de escaños entre PP y Vox que barre el paso a una reedición del bloque Frankenstein, no es lo mismo que los populares dispongan de más diputados que el agregado siniestro de sanchistas, separatistas, comunistas y filoterroristas y les baste con una abstención de los de Abascal para la investidura de Feijóo o que necesiten del concurso activo de la formación a su derecha. El vasto e intenso programa de reconstrucción de una Nación en escombros que tendrá que ser puesto en marcha de manera firme y decidida con carácter inmediato tras la toma de posesión del nuevo Gobierno exige un Ejecutivo fuerte y sólido, con amplia capacidad de maniobra habida cuenta de la dificultad de la ingente tarea a acometer.
Vox surfea en esta ola
Este requisito sólo se cumplirá si se establece una alianza entre los dos partidos liberal-conservadores basada en la lealtad, la responsabilidad y un acuerdo bien armado sobre el alcance y contenido de las reformas estructurales a emprender o, en su defecto, si el PP no requiere imprescindiblemente del apoyo explícito de Vox para la investidura. En este contexto, el principal partido de la actual oposición ha de acertar en su estrategia de aquí a las elecciones si pretende situarse en el escenario que le sea más favorable. Una cosa está clara y en Génova 13 han de entenderla: existe una corriente general en las sociedades occidentales que está desplazando el centro de gravedad del arco político hacia posiciones más exigentes respecto a una serie de cuestiones que soliviantan profundamente al electorado, la inmigración ilegal masiva, las políticas medioambientales lesivas para la industria y el campo, la inseguridad en las calles y la hegemonía asfixiante de la cultura woke y sus excesos. España no es ajena a este fenómeno cuyos efectos son palpables en Estados Unidos, Argentina, Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Chequia, Polonia, Portugal, Eslovaquia y Holanda, por citar unos cuantos ejemplos notorios. Vox se comporta hábilmente y surfea sobre esta ola sin despeinarse dejándose llevar hacia cotas de intención de voto crecientes mientras el PP parece estancarse.
Los temas que inquietan a los españoles
Por consiguiente, si Alberto Núñez Feijóo y su equipo aspiran a un nivel de pleno dominio en el Congreso de los Diputados tienen por delante una senda clara, la de la adquisición de compromisos firmes e inequívocos en una serie de temas que son los que realmente inquietan a los españoles: la invasión silenciosa de nuestra geografía por cantidades insoportables de inmigrantes irregulares, la falta de protección de la propiedad privada y muy notablemente de la inmobiliaria, la escasez agobiante de oferta de vivienda y su precio desorbitado, una fiscalidad descaradamente confiscatoria, un gasto público disparado de tipo clientelar o doctrinario mientras escasean los recursos para necesidades perentorias, una educación pública que fabrica generaciones de analfabetos, una política exterior que nos hace amigos de Hamas, la narcodictadura venezolana y China y nos enfrenta a Estados Unidos e Israel y la venta de la Nación por piezas a los separatistas catalanes a cambio de seguir veraneando en La Mareta. La idea de que un centrismo edificado sobre una base de tibieza, ambigüedad y promesas de mejor gestión permitirá cazar papeletas tanto por estribor como por babor es una ilusión falsa porque la gente que madruga todas las mañanas para sacar adelante su trabajo, su empresa y su familia, en estos momentos no quiere moderación, sino determinación, no quiere consensos, quiere certezas. La España post-Sánchez será un país recuperado de los desastres, errores y traiciones que lo han castigado durante las últimas dos décadas o condenado definitivamente al fracaso dependiendo de que el que está llamado a ser el futuro presidente del Gobierno se sitúe en sentido orteguiano a la altura de los tiempos o se abandone a la comodidad de actuar como si el peligro existencial que gravita sobre nuestro venerable solar patrio no existiese. Ojalá adquiera conciencia de la trascendencia de esta disyuntiva y sepa escuchar a los que con la mejor voluntad le orientan hacia el camino que conduce a su resolución.