- Otro tanto ayer Sánchez con Feijóo al que recibió con menos documentos que una liebre. No le reveló cómo va a sufragar y tramitar ese mayor desembolso en defensa. Ni se molestó en requerir su voto por lo que podrían, en efecto, haber resuelto el trámite en un aparte como hace días con el Rey
Como en los versos cervantinos al túmulo de Felipe II en Sevilla, Pedro Sánchez viose ayer con casi todos —salvo a Vox al que veta a la vez que se cita con sus socios en Europa—, los miró de soslayo, fuese y no hubo aparentemente nada. Pero sí cosechó la foto perseguida con el jefe de la oposición y del partido continental hegemónico, Alberto Núñez Feijóo, para remitírsela cariñoso a la presidenta de la Comisión, Ursula «Woke» Leyen, fingiendo que consensúa con el PP el rearme europeo luego del anuncio de Trump de plegar el paraguas extendido por EEUU tras la II Guerra Mundial y la amenaza rusa al invadir Ucrania. Como las cosas no se juzgan por lo que son, sino por lo que parece, con esa instantánea, Sánchez trata de alargar su huida, como en el rugby, a base de «patada a seguir» para que no le atrapen con el balón.
Al acudir a la consulta forense del doctor Sáncheztein —«toc, toc, que pase el siguiente»—, Feijóo no podía esperar otra cosa con un presidente solo, descangayado y fané, como en el tango de Gardel, al no contar siquiera con el apoyo de su gobierno al completo ni de sus cuates parlamentarios. De esta guisa, malamente podía formalizar una propuesta a quien —Tun tun, ¿quién es?— hubo de entreabrirle el muro que alzó contra su vencedor en las urnas para que le firme un cheque en blanco con el que dorar la píldora a la UE sin exponer su Alianza Frankenstein.
En su teatro de la farsa, Sánchez rememoró una escena del Parlamento andaluz protagonizada por quien fuera el primer director general de la RTVA, Salvador Domínguez, un tarambana de cuidado. Instado por la oposición sobre sus enjuagues con las «productoras patanegra socialistas» que esquilmaban la televisión pública andaluza, como hoy RTVE, el desahogado les soltó: «Advierto a sus señorías que no me pregunten por nada porque vengo chungo de papeles». Otro tanto ayer Sánchez con Feijóo al que recibió con menos documentos que una liebre. No le reveló cómo va a sufragar y tramitar ese mayor desembolso en defensa. Ni se molestó en requerir su voto, por lo que podrían, en efecto, haber resuelto el trámite en un aparte como hace días con el Rey.
A nadie se le escapa que, a duras penas, puede implicarse vía Presupuestos del Estado con la seguridad de Europa, quien la pone en riesgo en España trasfiriendo, a cambio de su estancia en la Moncloa, esos dineros a quienes la menoscaban y la desintegran como nación. Como resulta estrambótico, estar con el PP en Europa y con comunistas y separatistas en España, Sánchez juega al engaño. De paso, se vale de la excepcionalidad del momento como con el COVID para ver si puede luego pasaporta esos fondos para la Defensa de Europa —a ser posible, sufragados mediante endeudamiento y subsidios de la UE— en su provecho.
En el ánimo de Sánchez está derivar la parte alícuota de los 800.000 millones del plan «Rearmar Europa» para su rédito electoral e intervenir empresas a las que colonizar empotrando amigos como en Telefónica, mientras la ingeniería contable —como la estadística oficial— obra el milagro de incluir en el epígrafe defensa cualquier cosa que dé el pego a Bruselas. En realidad, su doble juego se cifra en uno: aferrarse al machito. Lo hace con su facilidad para la mentira yendo del «sobra el Ministerio de Defensa» de 2018 o del oponerse a la militarización en su último conciliábulo con los embajadores de España a ser el adalid del rearme de una UE que despierta somnolienta de la ingesta del soma —la droga recreativa de «Un mundo feliz», de Huxley— de la Agenda 2030.
Pero conviene no equivocarse. Es consciente de que, con un reajuste presupuestario para incrementar la inversión militar como le urgen la UE y la OTAN, se coloca en el disparadero ante sus votantes puestos de uñas y saca a la calle para que desempolven contra él —como «Señor de la Guerra»— viejas banderas a quienes, bajo la máscara del pacifismo y del no alineamiento, sirven hoy al Kremlin como ayer al Pacto de Varsovia. De hecho, ya Zapatero, como comendador de esa patulea, ha dado la señal de alarma.
Desgraciadamente, sus intereses personales se sitúan por encima de los nacionales y europeos en una hora clave en la que se aprecia como impracticable la conformación de un ejército europeo con países con capacidad de veto adscritos a la órbita de Moscú como Hungría o países neutrales según sus Constituciones como Austria e Irlanda. Ello descifra la paradoja esgrimida por el primer ministro polaco Tusk, expresidente del Consejo Europeo, de que «500 millones de europeos pidan socorro a 300 millones de americanos frente a 140 millones de rusos».
En agosto de 1954, la Asamblea francesa ya denegó la aprobación de la Comunidad Europea de Defensa auspiciada por los seis países fundadores de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, pese a ser bien vista por EEUU al preservar la seguridad de Europa sin tener que desplegar sus fuerzas. Hoy por hoy, el continente se halla unido merced a EE.UU. y habrá que ver si, caso de esfumarse, Europa no sucumbe como proyecto unitario incapaz de acometer una política común con garantía. De no ser así, una parte de ella podría sufrir la agresión rusa como Ucrania y España quedar desguarnecida por su flanco sur tras estar siendo carcomida por dentro por el secesionismo nororiental.
Frente al oportunismo de Sánchez y ante las arremetidas de Vox, Feijóo hace bien en no incurrir en el abstencionismo de Fraga cuando se negó contra sus principios a pedir el sí a la OTAN en el referéndum de rectificación de Felipe González para no beneficiar a este, lo que llevó a Margaret Thatcher a augurarle que nunca sería presidente del Gobierno, como así fue. Ahora bien, el líder del PP debe exigirle, como ayer, un ofrecimiento nítido, un plan de financiación creíble y una observancia democrática que pasa por el Parlamento del que Sánchez prometió hacer el centro de la vida política, y no con reuniones de tapadillo burlando la soberanía nacional como ya habitúa con el prófugo Puigdemont. Empero, dada su frágil y etérea mayoría, Sánchez pretende saltarse a pídola un Parlamento que cualquier día cierra, como hizo con la excusa del COVID, y lo convierte en sauna, donde se suda mejor. A lo que se ve, está resuelto, como señaló en septiembre, a gobernar «tres años» más «con o sin el concurso del Poder Legislativo» y ahora también sin parte de su gobierno si Sumar, apremiado por Podemos, mantiene su rentoy.
Demasiado para quien anhela una mayoría en cada puerto y que, ante las malas perspectivas, no puede convocar elecciones ni tiene el arrojo de González al desembarazarse primero del marxismo del PSOE y luego de su tercermundismo realineándose con el eje trasatlántico tras hacérselas pasar canutas a Leopoldo Calvo Sotelo por incorporar a España a la OTAN como peaje de entrada al Mercado Común. En cualquier caso, que Feijóo se olvide del rabo del perro de Sánchez y se ocupe de quien emula a Alcibíades, aquel general ateniense que seccionó la hermosa cola de su can para que los atenienses se entretuvieran especulando sobre ello en vez de criticar su desgobierno.
Con su demagogia, Alcibíades logró lo inverosímil: sedujo a los atenienses para ir a la guerra contra los espartanos para luego, tras su derrota, pasarse al enemigo, cautivarlo a su vez y comandar su ejército contra su patria nativa, donde fue acogido entre aclamaciones. Entregados a los manipuladores populistas, los atenienses acreditaron prontamente lo que hoy es un modo frecuente de echar a perder las democracias y las naciones conduciendo a autocracias en las que «el único poder que exista en España sea el Ejecutivo», como ayer denunció Feijóo, confiado en que «el poder judicial aguante y resista». A ver si se lo traslada a Ursula «Woke» Leyen antes de que ésta se ensimisme con el retrato de su encuentro de ayer con Sánchez.