Entrar en la legalidad implica no solo la renuncia al uso de la fuerza sino aceptar la legalidad; por tanto, que el Estado tiene derecho a emplear fuerzas de seguridad contra quienes la violan. No habrá un comienzo desde cero solo porque quienes tienen cero en conducta decidan que ahora les conviene portarse mejor.
Desde luego, se hace largo el tiempo cuando lo que estamos esperando es la buena noticia del final de la violencia terrorista. Y eso justifica que muchos pierdan los nervios, sea por las prisas o por recelo a que las instituciones democráticas vayan a caer en alguna trampa de ETA. A mí me parece que es un momento en que tanto las gesticulaciones indignadas como los saltos precipitados de alegría resultan de escaso provecho general (aunque satisfagan eventualmente algunos intereses particulares, en eso no me meto). El núcleo del asunto no es si se está ‘hablando’ con ETA o no, porque seguro que a un nivel o a otro los mensajes van y vienen. Lo que importa es saber de qué se está hablando en tales comunicaciones.
Y es que con ETA solo se puede hablar de ETA, o sea, de cuando y cómo abandona las armas, pero no de nuestro sistema político o de cuál va a ser el futuro del País Vasco. Ya sabemos que las instituciones actuales no son del gusto de los terroristas ni de quienes les justifican o les han justificado hasta ayer por la tarde. Pero tales instituciones no están en cuestión: quienes deseen participar en el juego democrático tienen como primer paso que aceptarlas sin esperar que se modifiquen o pongan en entredicho para complacerles.
Por eso sobra hablar de ‘mesas’ políticas, sean tuteladas por ETA o que nazcan como consecuencia del abandono por k.o. de la banda. En un Estado democrático, y España lo es, los políticos se sientan en mesas solo para comer: cuando quieren hacer el trabajo para el que fueron elegidos van al Parlamento, que para eso está. Es ahí donde tienen que explicar de manera convincente sus proyectos y justificar las reformas a las que aspiran. Y si no consiguen la mayoría suficiente para llevarlas a cabo, no les queda sino resignarse y seguir trabajando en pro de lo que consideran deseable. Entrar en la legalidad implica no solo la renuncia al uso de la fuerza sino aceptar la legalidad y por tanto que el Estado tiene derecho en cambio a emplear fuerzas de seguridad contra quienes la violan. No va a haber un comienzo desde cero solo porque quienes tienen cero en conducta decidan que ahora les conviene portarse mejor.
En una reciente entrevista en ‘Deia’, un periodista irlandés aficionado a nuestro contencioso decía que hay fuerzas a derecha e izquierda que temen que el final de la violencia haga surgir un fuerte movimiento favorable a la autodeterminación. Por el contrario, sospecho que el temor de muchos nacionalistas es que la ausencia de violencia revele que el sentimiento independentista no está tan extendido ni es tan perentorio como a lo largo de estos años se nos ha intentado hacer creer. Hay indicios muy reveladores. Por ejemplo, las actuales tensiones dentro de EiTB. Durante décadas, los no nacionalistas hemos padecido informativos frecuentemente sesgados y sectarios en nuestra televisión pública. Que yo sepa, no han abundado los plantes de profesionales ante tal manipulación. Como por casualidad, es ahora, al ver que tal tendencia se va corrigiendo, cuando surgen periodistas ofendidos. ¿No será porque hay quien teme que cuando la información deje de ofrecer una imagen distorsionada de la realidad empecemos a ver que ‘el pueblo vasco’ no piensa al paso de la oca, como algunos han pretendido hacernos creer? Y con la educación pasa lo mismo, aunque ese tema lo dejaremos para otro día. Por el momento, sigamos a la espera.
Fernando Savater, EL CORREO, 28/11/2010