Editorial, EL CORREO, 27/6/12
Urkullu y Rajoy acercan posturas en torno a un final de ETA sobre bases democráticas
El encuentro de ayer del presidente Rajoy y el líder del PNV, Iñigo Urkullu, permitió a este instar al Gobierno a que prosiga dando pasos que aseguren la irreversibilidad del desistimiento terrorista y garanticen el pronto afianzamiento de la paz. A la salida de la reunión, Urkullu rebajó la exigencia previa de «valentía y audacia» que había dirigido públicamente a Rajoy para reiterar su compromiso de lealtad y discreción respecto a la actuación del Gobierno, sin duda porque confía en que el Ejecutivo central se mantenga activo en la materia en que -cautelas aparte- el PNV ha sido más insistente desde que ETA anunciara el cese definitivo de sus actividades, cual es la política penitenciaria y de reinserción. Sin embargo el final definitivo del terrorismo etarra presenta dos vertientes que resultan insoslayables incluso para la disposición voluntarista que ayer quiso mostrar Urkullu sin mayores precisiones. Por una parte, la democracia y las instituciones no pueden hacer suya la lógica que trata de imponer ETA, según la cual su disolución se situaría si acaso al final de un proceso en el que los «Estados español y francés» estarían conminados a revisar los fundamentos del Estado de derecho con medidas de indulgencia para los activistas condenados. Por la otra, tal y como vinieron a recordar las dos detenciones de ayer en suelo francés, la lógica democrática exige que la depuración de responsabilidades penales anteceda a cualquier iniciativa proclive a facilitar la reinserción o beneficios penitenciarios. Frente a la pretensión de Amaiur de que las instituciones hagan dejación de sus obligaciones y rehúsen desmantelar la trama del terrorismo deteniendo a sus integrantes, sería insostenible desde el punto de vista legal y con arreglo a una Justicia reparadora que el Estado de derecho optase por aplicar el beneficio de la inacción y el olvido hacia quienes aún siguen organizados y armados fuera de la ley. ETA continúa siendo el nudo gordiano de su propio problema. La persistencia de sus estructuras actúa como una realidad fáctica que, lejos de mejorar expectativas al futuro de sus presos, contribuye a limitar las posibilidades que cualquier Gobierno pueda tener para «dar a los pedales» -como demandó ayer Urkullu- con responsabilidad y sentido de justicia en materia penitenciaria.
Editorial, EL CORREO, 27/6/12