NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 14/12/13
· Los nacionalistas catalanes necesitan de un pasado que justifique su futuro.
El Centro de Historia Contemporánea de la Generalitat ha organizado un congreso, no lo podemos llamar histórico porque ofendería a los buenos profesionales de la materia, bajo el título ‘España contra Cataluña’, para favorecer los intereses contradictorios y dispersos de los que avalan confusamente la determinación de quebrar la relación con el resto de España. Es, por lo tanto, un esfuerzo propagandístico del que no se avergüenzan, pero que intentan ocultar bajo argumentos históricos con el objetivo de conseguir una mayor eficacia política.
No es nueva la aparición intrépida y desacomplejada de instituciones catalanistas, poniendo al servicio de los intereses políticos nacionalistas su legitimidad científica. En el año 1935 Jaume Vicens Vives fue criticado duramente en los medios de comunicación por Antoni Rovira i Virgili, vinculado este último al Institut d’Estudis Catalans, por su falta de «sensibilidad catalana» a la hora de encarar su trabajo profesional. El atacado historiador catalán les acusó entonces de abordar la historia catalana desde una postura ideológica preconcebida. Es decir, entendía Vicens Vives que ponían su profesionalidad al servicio de un nacionalismo necesitado de justificaciones para sus fines más o menos expresos, como relata Elliot en su libro Haciendo Historia.
Benedict Anderson definía la nación como una «comunidad imaginada» de individuos que no se conocen pero que se sienten integrados en una especie de comunión transcendente. De esta manera se establece un sentimiento de excepcionalismo característico de todas las naciones. La exageración de este sentimiento desemboca en el «síndrome de la nación elegida», que afecta a todas aquellas que tienen o han tenido preeminencia en la Historia. El declive de esta hegemonía les lleva a defenderse considerando que son víctimas inocentes de complots, confabulaciones externas y de enemigos internos. Pero esta inclinación, compuesta de melancolía y frustración, también aqueja a aquellas sociedades que sin haber tenido un protagonismo determinante en la Historia tienen un fuerte sentimiento colectivo. Su presente es la representación de un fracaso obligado por un pasado injustamente impuesto por enemigos inmemoriales.
Así, estos nacionalismos, basados en sentimientos de derrota, necesitan confirmar un presente mediocre e inmerecido (es una impresión que no tiene que ser real) y un enemigo permanente. Esta inevitable tendencia obliga a confeccionar un pasado que justifique su malestar y sus pretensiones futuras. Justamente la precisión pseudocientífica con la que definen su pasado, siempre acomodado a sus necesidades psicológicas e ideológicas, junto a la promesa de una felicidad suprema atrae intensamente a quienes no tienen voluntad, inteligencia o energía de ser responsables de su propia vida, acogiéndose, impulsados por estos miedos, al amparo de un grupo que tiene todas las respuestas, sobre todo las que atenúan su propia responsabilidad.
En ese clima de depresión intensa es razonable poner todos los instrumentos para salir de tal situación: la Historia, la educación, los medios de comunicación, todo se pone legítimamente al servicio de la causa última, sin importar los daños colaterales que puedan ocasionar. Es un ambiente hipersensibilizado, propicio para aventureros y vividores, como todos los momentos de desequilibrio, en los que el imperio de la ley se resquebraja y se abren oportunidades para arribistas y escaladores de fortuna, que no arriesgan nada en medio de una sociedad que sufre por la consecución de recompensas futuras.
Este es el proceso que están viviendo los catalanes, impuesto por una clase dirigente que se mueve entre el orgullo desmedido y la incapacidad para enfrentarse a los problemas de hoy, entre la realidad incomoda y la confortabilidad de sentirse perseguidos: tenaz, cruel y permanentemente perseguidos, acechados, robados por los españoles; sin tener en cuenta que el término que define a sus imaginarios enemigos naciera por aquellas tierras como nombre propio, para definir después de forma genérica a los integrantes de la nación española, versión presentada por el profesor Maravall y que convive con otras diferentes como la de Américo Castro, proponiendo así una polémica de eruditos. La diversidad de teorías sobre el origen del vocablo «España» nos introduce en un terreno nebuloso que parece afectar también a nuestro ser más íntimo.
Si acaso… ‘España contra España’
Poco importa que el Centro de Historia Contemporánea de la Generalitat no pueda enunciar una medida, solo una, que habiendo perjudicado a la sociedad catalana no lo haya hecho en el mismo grado, cuando no mayor, al resto de los españoles. Si la guerra civil y los posteriores 40 años de dictadura fueron causas de sufrimiento innegable para una parte de la sociedad catalana, -otra se adaptó con urgencia y entusiasmo a la nueva situación-, también lo fue para el resto de los españoles, que sufrieron tanto como ellos lamentan o que se adaptaron tanto como ellos ocultan. Pero no cambiará nada, todo seguirá igual hasta que los que están obligados a ello, los responsables de este desatino, no entiendan que si persisten por ese camino pierden más que lo que puedan ganar. Yo no dudo que una parte importante de ese grupo ya lo sabe y ahora busca la manera de desandar el camino andado sin que se note mucho y sobre todo sin que lo noten sus compañeros de viaje; al fin y al cabo pasado un tiempo esto tampoco les importará mucho.
Sin embargo, también nosotros podemos equivocarnos. La aplicación de la ley es imprescindible pero no se debe confundir con un rigorismo judicial excesivo, porque la ley no lo soluciona todo; en este caso, tan importante como el respeto a las normas es la elaboración de un discurso político nacional, democrático e integrador, tarea a la que se deberían aplicar Ciutatans, a los que comprendo, UPyD y el Partido Popular de Cataluña, que roza el ridículo al proponer, siendo partido del Gobierno, un congreso alternativo denominado Foro de la Verdad, cayendo así en el mismo error lamentable que quiere combatir.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.
NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 14/12/13