Hay que agradecer a este viejo patriarca, Arzalluz, la claridad con la que se expresa, su discurso cristalino del nacionalismo; refleja, una vez más, que las malas relaciones con el nacionalismo no son un problema resoluble con más Estatuto, porque lo que representa es la rebeldía frontal hacia este sistema.
Como Moisés, a la cabeza de su pueblo perseguido, Arzalluz no ha dudado en presentarse en Madrid a manifestarse junto a los imputados de Egunkaria, encontrando así una tribuna que le permita salir de su jubilación, y declarar por enésima vez la mala calidad de democracia española. Muy preocupado por las elecciones próximas ha arremetido contra el PSOE de la misma manera con la que arremetía contra el PP cuando éste detentaba el poder y podía haber sido una alternativa en Euskadi. Ahora lo es el PSE, y toda su artillería se enfila a descalificar la calidad democrática de este partido y que continúe apoyando la existencia de la Audiencia Nacional.
Hay que agradecer a este viejo patriarca la claridad con la que se expresa, el discurso cristalino del nacionalismo que representa, una vez más, que las malas relaciones con el nacionalismo no son un problema resoluble con más Estatuto, porque lo que representa es la rebeldía frontal hacia este sistema, acompañando, nada menos, que a unas personas imputadas por colaborar con ETA. Lo hace a la vez que estas buenas personas, según criterio del viejo jelkide, son llamadas por la Audiencia Nacional y que ETA coloque una serie de bombas en gasolineras de Madrid. No iba a dejar ETA que el único que hablase fuera Arzalluz. ETA no podía dejarse comer el terreno y tenía que aparecer amenazando, más que creando un excesivo terror.
Así, en este día todas las estrategias del nacionalismo se dan la mano, la del discurso agresivo, pero no violento, el victimismo, al ser procesada la dirección de Egunkaria, y el discurso violento y del terror de manos de ETA. Justo al día siguiente que ingenuos diputados se hubieran reunido en el Congreso de los Diputados con los que iban a declarar a la Audiencia Nacional. Y menos mal que alguien con criterio impidió que un diputado del partido gubernamental les recibiera también.
Es cierto que el victimismo que tan bien sabe enarbolar el nacionalismo, camuflándolo en esta ocasión con un ataque al euskera, llega a causar mella incluso en sectores políticos ajenos, roce en algunos casos a personas del PSE y del PSC; no hay más que ver algunos programas de la televisión catalana. Pero ni el victimismo, ni el terror que ETA expandía, ni el miedo que el pacto entre los nacionalistas en Estella provocara, es lo que era. El nivel de debilidad al que ha llegado ETA, gracias al pacto antiterrorista, la colaboración policial y la ley de partidos, desdramatiza algo la situación, hasta me atrevo a manifestar que ridiculiza la pretensión del plan de Ibarretxe.
Sin terrorismo Euskadi empieza a entrar en otra dimensión, en la dimensión hacia la normalidad, lo que supone que el problema vasco es el problema del terrorismo, por eso, quizás, el PNV no esté feliz con esta desactivación del mismo, y vaya con el báculo a otra parte.
Mientras se alardea de victimismo y unos vasquitos y nesquitas colapsan Madrid con unos cuantos petardos, y recorren en excursión toda España, en el Parlamento vasco no hay acuerdo respecto a las víctimas del terrorismo. Y es difícil que lo haya, porque esa misma institución protege y ampara la presencia de Batasuna en su seno cuando los tribunales la han ilegalizado por constituir parte del entramado de ETA. Y las víctimas no están dispuestas a recibir lisonjas de una institución que ampara a los adláteres de sus asesinos.
Estamos viendo que el mundo nacionalista le da al majín para buscar nuevas tácticas que le permitan sobrevivir con su hegemonía de siempre. Con esta capacidad imaginativa del nacionalismo nos espera el mismo futuro que en el pasado, basta un cierto camuflaje para que todos los ingenuos vayan a picar de nuevo.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 9/12/2004