Santiago González-El Mundo
Al fin tenemos Cupo después de una serie de años en los que no hubo acuerdo. Ahora hagan un repaso a los dos últimos años de nuestra vida política y busquen algún asunto de estado, una cuestión que haya merecido el apoyo de una mayoría consistente del Congreso de los Diputados. Traten de encontrar en las últimas legislaturas un asunto que haya conseguido el apoyo de 292 diputados de los 330 presentes, o sea, el 88,48%.
Otra excepción: traten de buscar una votación en la que UP haya sumado sus votos al PP. ¿Iglesias votando por medidas que reducen la igualdad entre los españoles? Pues sí, ya ven, votando en contra, incluso, de sus socios de Compromís, que hicieron compañía en el no a los 32 diputados de Cs, esos aznaritos vestidos de color naranja, al decir de Juliana.
Compromís tenía sus razones: la última financiación de Zapatero perjudicó a la Comunidad Valenciana, aunque Baldoví debería considerar que quizá lo hizo por una buena causa. Entonces gobernaba Valencia el PP, y estaba de presidente Francisco Camps.
Según los expertos, el sistema de concierto y Cupo financia a la Comunidad vasca con el doble que al común de los españoles (en 2005 un 202%, según Zubiri). La segunda región más rica de España es receptora neta del resto en términos de solidaridad.
El problema no es el sistema, sino su cálculo. Allá a finales de los ochenta, un parlamentario vasco de Euskadiko Ezkerra llamado Javier Olaverri escribió un buen artículo en El Diario Vasco sobre la negociación del Cupo. No tanto por su teoría, que estaba razonablemente elaborada, como por el documento gráfico que aportaba. Era una hoja de cuaderno en el que la delegación del PNV que iba a negociar el cupo a Madrid habían hecho los cálculos del año.
El cálculo, lleno de tachaduras y añadidos, estaba construido en un sentido ascendente: partía del resultado, de la cifra que estaban dispuestos a pagar los negociadores y se iban remontando hasta completar el cálculo conveniente. «Así deben hacer su trabajo los crucigramistas», pensé con cierto regocijo contenido. Sólo recuerdo una frase textual de aquella pieza, que el autor había escrito con más regocijo y ciertamente menos contenido: «Los negociadores jelkides han debido de aprender contabilidad con el reputado método de Sokoa», cooperativa etarra desmantelada por la Policía francesa en 1986.
Los nacionalistas catalanes siempre quisieron tener un sistema como el vasco. «Las autonomías de la envidia», dijo desdeñoso Arzalluz. Zapatero lo veía con buenos ojos, pero él era de letras y creía que los números admiten el mismo relativismo que las palabras. Hasta que alguien debió de explicarle que la sobrefinanciación tradicional del Cupo vasco era tolerable para el sistema por el poco peso relativo del PIB de Euskadi respecto al PIB español, aproximadamente el 5%. Pero que Cataluña era casi el 20% y una sobrefinanciación como la vasca determinaría la quiebra del sistema, porque las partes de un todo nunca suman más del 100%.
He oído en estos días muchas referencias a la constitucionalidad del asunto. Es un poco exagerado. Lo que dice la Disposición Adicional 1ª es que «la Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales». Así, a ojo, parece que atribuir derechos a los territorios es una prosopopeya enorme, como cuando reivindican los derechos del euskera. Sólo los ciudadanos tienen derechos. Por otra parte, no hay ningún texto legal que defina los derechos históricos que haya servido de base a la citada disposición constitucional, qué le vamos a hacer.
Por Favor, que se editaba en Barcelona, dejó constancia de su resentimiento con una portada memorable: «Nos van a dar por el Cupo».