Editorial-El Español
Una vez más, Óscar Puente ha conseguido lo que mejor sabe hacer: convertir su cuenta de X en el centro de una polémica nacional cuando lo que España necesita es unidad ante la emergencia, planes de prevención eficaces y una correcta gestión de catástrofes ambientales como la actual.
Mientras los incendios arrasaban Castilla y León, como también otros muchos lugares de España, y obligaban a evacuar a centenares de familias, el ministro de Transportes encontró este lunes el momento perfecto para hacer chistes sobre el «calor» en la comunidad autónoma y bromear con que Alfonso Fernández Mañueco podría «echar una mano» en Tarifa desde su ubicación en Cádiz.
La reacción ha sido tan lógica como unánime. Desde Alberto Núñez Feijóo, que ha recordado que «si un ministro de mi Gobierno bromeara con el sufrimiento de un pueblo asediado por las llamas sería cesado de manera inmediata», hasta la portavoz del PP en el Congreso, que ha exigido directamente su dimisión, pasando por las críticas de Vox y la indignación generalizada en redes sociales.
La respuesta del propio Mañueco, acusando a Puente de hacer una «utilización frívola del sufrimiento», resume perfectamente el nivel al que ha descendido el debate público.
El problema de Óscar Puente no es sólo lo que dice, sino cómo y cuándo lo dice.
Un ministro del Gobierno de España no puede permitirse el lujo de tuitear la primera barbaridad que se le pase por la cabeza como si fuera un ciudadano anónimo con media docena de seguidores. Su cargo le otorga una responsabilidad institucional que trasciende sus impulsos personales.
Su fijación con la red social X, en la que ataca sin mesura a rivales políticos, periodistas e incluso ciudadanos particulares, le está convirtiendo en una caricatura de sí mismo.
Esta afición desmedida por la polémica tuitera resulta especialmente sangrante cuando los servicios públicos que dependen de su ministerio atraviesan una crisis evidente. Los trenes de Renfe, por ejemplo, siguen día a día acumulando retrasos, incidencias y accidentes en un momento en el que los españoles pagan más impuestos que nunca.
Quizás sería más útil que Puente dedicase menos tiempo a X y más a solucionar los problemas reales de movilidad que sufren millones de ciudadanos cada día.
Pero tampoco tiene razón el ministro en el fondo.
La crítica a Mañueco por no estar físicamente en las zonas afectadas carece de sentido. Un político no necesita estar en las localidades incendiadas para coordinar los planes de extinción. Los políticos no cogen la manguera, como bien sabe Puente.
Tampoco el presidente Pedro Sánchez está en las provincias afectadas y nadie se lo reprocha, porque se sobreentiende que su trabajo no consiste en extinguir el incendio, sino en coordinar la respuesta de los técnicos desde los centros de mando, estén donde estén estos.
La ausencia de reacción por parte del PSOE y del propio Pedro Sánchez ante estas declaraciones es igualmente preocupante. Su silencio transmite la sensación de que este tipo de comportamiento está normalizado en un Gobierno acostumbrado a sepultar las polémicas pasadas bajo los escombros de polémicas más recientes, como si no tuviera la menor importancia que a los pirómanos de los bosques se sumaran los pirómanos de las redes sociales, miembros además del Consejo de Ministros.
Los incendios forestales son una emergencia nacional que requiere coordinación, eficacia y unidad de propósito. No es tiempo de hacer política de bajos vuelos, sino de coordinar esfuerzos entre todas las administraciones y poner remedios para evitar que esto vuelva a ocurrir en el futuro.
España arde, y mientras tanto, su ministro de Transportes incendia X. Algo que revela a las claras dónde tiene puestas sus preocupaciones reales Óscar Puente.