Santiago González-El Mundo
La parte reconfortante de la primera parte de la comparecencia de Carme Forcadell ante el Tribunal Supremo es lo que tiene de mentís a las otras tres facciones de su bando: Puigdemont y sus prófugos de Bruselas, los ex consejeros (y ex consejeras, claro) que cumplen prisión provisional en las cárceles de Estremera y Alcalá Meco desde la semana pasada, además de los Jordis, sometidos a tortura por el gitano que les enseñaba el miembro en el comedor de Soto del Real.
¿Qué pensarán los citados, desposeídos ya de los cargos que tuvieron y en prisión provisional? Seguramente recordarán ustedes que antes de la votación en el Senado del artículo nefando, ella invirtió el lenguaje al acusar al Gobierno de dar un golpe de Estado de facto para que «el Parlament de Catalunya deje de ser democrático. Y eso no lo permitiremos. No daremos ni un paso atrás» ante el artículo 155 acababa de anunciar el presidente del Gobierno. No fue un canutazo a su radio de las mil colinas, sino una comparecencia formal, rodeada por cuatro miembros de la Mesa y dando lectura a un comunicado de cierta solemnidad. Otra cosa es que hubiera sintaxis en el papel, pero cuando la naturaleza te niega la sindéresis no hay razón para esperar que te regale la sintaxis.
Bueno, pues ser llamada a capítulo por el Tribunal Supremo y desdecirse, todo uno. Ella y sus secretarios de la Mesa se guardaron muy mucho de negarse a declarar ante la Fiscalía, acataron de manera expresa la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Forcadell y sus Corominas, Guinó y Anna Simó, reconocieron también que la payasada del 27 de octubre no tiene ningún valor jurídico, que a ver si no vamos a saber entender una broma, que lo que pasa es que el capullo de Puigdemont no tiene sentido del humor y que DUI quiere decir dispositivo intrauterino en la lectura de un disléxico.
Carme Forcadell arrastraba cuatro demandas por desobediencia al Tribunal Constitucional y acusaciones de la Fiscalía por rebelión, sedición y malversación. Era mucho Código Penal para sacudírselo con un «acato el 155» y un «no era de verdad». La hemeroteca no la deja mentir con un mínimo de solvencia y el juez Pablo Llarena acordaba anoche prisión eludible bajo fianza de 150.000 euros. ¿Será dinero público o tendrá amigos con posibles como Ignacio González?
La presidenta de la Cámara acató el 155, cosa normal. La mujer pudo ver como lo aplica el mando actual de los Mozos durante los actos de sabotaje del miércoles. Si esto era el 155, ¿por qué no lo iba a acatar ella si el ministro Zoido, jefe de los Mozos, se explicaba como si fuese Forn? Los policías autonómicos hicieron lo mismo que el 1 de octubre. O sea, nada, salvo reñir a los ciudadanos cabreados que les interpelaban. Eso ya lo hacían muy bien cuando les mandaba Josep Lluís Trapero, qué necesidad había de destituirlo. «No era día de caer en provocaciones», explicó Zoido, frase que debería bastar para que abandonara el cargo. ¿El Estado no caer en provocaciones? ¿Y aplicar la ley?