Un nuevo asesinato etarra obligaría a los de la trama civil a subir varios peldaños en su análisis y a dar su opinión; haría pensar a los muy fundamentalistas que todavía son alguien, pero cerraría de golpe el debate abierto en sus filas. Una condena les otorgaría credibilidad. Daños humanos aparte, hagan lo que hagan, su tiempo se acaba.
La cascada de detenciones de miembros de la banda terrorista que ustedes conocen ha coincidido en el tiempo con la evacuación de un documento en el que la trama civil del grupo terrorista intenta una vez más, quizás con expresiones inéditas, convencernos de su disposición a hacer política sin el apoyo irrebatible de la muerte.
Tienen estas detenciones de etarras un aire caricaturesco. La policía lo mismo les prende en bicicleta que despistados en tren, de manera planificada que por presunto azar o rutina, así en Portugal como en España, con sus fotos difundidas o aún sin fichar… Este amplio catálogo habla de la consolidada eficacia policial -son todos detenidos antes de matar- y refuerza la imagen de grupo en descomposición. Es cierto que las propias detenciones informan a su vez del afán por seguir matando.
Mientras unos son detenidos, conspicuos representantes de la trama civil tratan de enhebrar un discurso en el que es cierto que existen expresiones inéditas en su vocabulario, pero que llega con una opinión pública extraordinariamente desconfiada, escaldada por sus reiterados ejercicios previos de buena voluntad y que ya sólo espera de los etarras una noticia urgente, necesariamente fehaciente: que se disuelvan.
Puede ocurrir que este discurso político batasuno, que reconoce implícitamente que no hay que matar, coincida con un intento culminado de la banda por volver a asesinar. Ojalá esto no ocurra, pero en su caso obligaría a los de la trama civil a subir varios peldaños más en su análisis y a decirnos su opinión sobre un eventual e indeseable atentado. Una condena les otorgaría credibilidad.
En cualquier caso, tanto los golpes policiales como los análisis de los civiles nos llevan a una misma conclusión: los terroristas no tienen hoy ni la pegada criminal que tuvieron en su día ni los apoyos políticos de los que gozaron. Hoy nadie les echa de menos, nadie les reclama en el debate político. Su discurso ya no provoca expectativas y muy probablemente nadie hablará de ellos hasta que vuelvan a asesinar. Esta certeza, unida a la sensación de derrota que transmiten las detenciones, agregada a las dudas sobre el terrorismo que surgen dentro incluso de la trama civil, puede llevarles a realizar un atentado. Un nuevo asesinato certificaría que matan, luego existen, cerraría de golpe el debate abierto en sus filas y haría pensar a los muy fundamentalistas que todavía son alguien. Daños humanos aparte, hagan lo que hagan, parece evidente que su tiempo se acaba y que ya no habrá más febreros llenos de sangre, como en años anteriores.
José María Calleja, EL CORREO, 23/2/2010