EL MUNDO 26/02/14
SANTIAGO GONZÁLEZ
Las claques de los dos grandes partidos se fueron calentando a medida que avanzaba el debate. Rajoy empezó su intervención, con un estilo entreverado de Castelar y fray Gerundio de Campazas, con una afirmación de impacto: «España al borde del abismo». Luego tranquilizó al respetable: no lo decía él, sino la portada de un periódico europeo de hace dos años. Y detrás, una retahíla de varios titulares dando cuenta de lo que muchos pensábamos, yo mismo: que el rescate era inevitable.
Tardaron poco los diputados populares en jalear a Rajoy, pero por la tarde la afición socialista, que venía caliente del almuerzo, les desbordó en una acogida clamorosa. Le bastó decir a Rubalcaba: «Señor Rajoy, ¿en qué país vive usted?», para arrancar la primera salva cerrada de aplausos, que se fue repitiendo en cada punto y aparte.
El presidente estuvo tan sobrado como don Quijote cuando salió de la venta. Claro que la mejora de los datos económicos es incuestionable, lo saben los empresarios, los agentes sociales, las personas con un cierto nivel de información. ¿Quién podría cuestionar la mejora de la prima de riesgo, de la competitividad, del atractivo de España para inversores extranjeros, de que la economía española ha pasado de la recesión al crecimiento, de la mejora de la balanza de pagos y el récord histórico en las exportaciones? La creación de empleo neto en cantidad suficiente para empezar a absorber significativamente seis millones de parados, sin embargo, va a ser otro cantar para muy largo.
Rajoy iba mejor provisto de hemeroteca, pero su adversario estuvo pundonoroso y bravo, ágil en el uso de la palabra y más bien demagógico, sin impostar esta vez la timidez del tartamudeo. Sobre el papel tenía razón en quejarse del uso y el abuso por el Gobierno de la herencia recibida cuando ya han pasado más de dos años, más de media legislatura.
Claro que no es congruente quejarse de que el Gobierno afea a sus predecesores el estado en que recibió la herencia hace 26 meses y replicar al despliegue de hemeroteca de Rajoy exhumando un artículo que escribió el hoy presidente ¡hace 31 años! Tampoco parece un ejercicio de ecuanimidad reducir el problema educativo a la Ley Wert por parte del padre de la Logse. Y last, but not least, aunque la transmisión se hizo con las reglas del póker mentiroso, la herencia recibida no tendría sentido si Rubalcaba hubiera afrontado la catarsis a que obligaba el fiasco del zapaterismo y su naufragio electoral la noche del 20-N, después de haber cavado un socavón en el suelo electoral de Almunia. Rubalcaba debió dimitir entonces, convocando un congreso del PSOE que buscara a un secretario general limpio de zapaterismo, ave inexistente en los corrales socialistas.
Rajoy había hecho un buen discurso por la mañana, incluida la metáfora náutica: «Hemos atravesado con éxito el cabo de Hornos», que es el lugar más inhóspito del mundo, donde chocan dos océanos y adonde nos llevó un capitán de quince años que no entendía la brújula. Debió decir doblado. Atravesar estaría bien para un canal o un estrecho. Un cabo no se puede. También estuvo más explícito y rotundo con respecto a Cataluña.
Eran discursos que no podían contrastarse porque hablaban de realidades diferentes. También lo hicieron con distintos lenguajes. Con los discursos políticos pasa como con los titulares de la prensa: basta echar un vistazo a las portadas de dos periódicos para comprobar que no sólo no calibran la realidad con el mismo pie de rey, es que las realidades que refieren son otras.
En realidad, no confrontaban dos visiones distintas; los dos tomaban posiciones para las elecciones europeas en las que ambos se juegan mucho. Rubalcaba, todo, porque si las pierde se verá empujado a las primarias en las que ya hay varios candidatos para sucederlo. Y candidatas, claro.