DONALD Trump, político de vasta incultura general, seguramente no recuerda que un tercio del territorio actual de Estados Unidos pertenecía a México. La fuerza de las armas despojó en el siglo XIX a los mexicanos de un número considerable de los Estados que conforman hoy a la primera potencia del mundo, desde California a Texas. México escucha atónito los rebuznos de Donald Trump. El nuevo César desdeña las manifestaciones culturales pero estaría dispuesto a leer las obras completas de Noam Chomsky siempre y cuando estuvieran encuadernadas en la piel del autor. Prefiere, en todo caso, disparar a diestro y siniestro con frases del nueve largo.
Levantar un muro para impedir la inmigración de los hispanos es como poner puertas a la Historia. Donald Trump, verborrea incontrolable, pelo cardado y gualda, cara de político tardío, machista empedernido, con guiños a la tortura, a la xenofobia y al racismo antimigratorio, no podrá impedir que el idioma español continúe prosperando en Estados Unidos ni que los mexicanos y demás iberoamericanos contribuyan con su trabajo a engrandecer a la nación de Lincoln y Kennedy.
No es cierto que Ortega y Gasset afirmara que Norteamérica es un continente sin contenido. En los dos últimos siglos, la aportación estadounidense al pensamiento filosófico, a la innovación científica, a la creación literaria, a la expresión artística, ha sido altamente cualificada. Desde Edgar Allan Poe a Emily Dickinson, desde William Faulkner a Ernest Hemingway, desde Tennesse Williams a Arthur Miller, desde Mark Rothko a Jackson Pollock, desde Frank Lloyd Wright a Philip Johnson, desde Thomas Edison a Linus Pauling, desde John Huston a Walt Disney, la cultura mundial está vertebrada por la presencia estadounidense.
Nada tengo contra Estados Unidos, que es una nación admirable. Pero en el contencioso actual estoy a favor de México y en contra de Donald Trump. Me parece que, con atolondramientos impropios de un líder responsable, el nuevo presidente americano ha producido en el cuerpo de México una herida que tardará mucho tiempo en cicatrizar. Aparte de que, como ha declarado el secretario general de la OEA, «el muro no es de Estados Unidos contra México sino de Estados Unidos contra toda Iberoamérica».
Aun así, hay que intentar abrir vías de solución a la felonía del nuevo presidente y superar su política tiznada de rencor. Donald Trump es pasajero; México, no. Donald Trump, por otra parte, se envainará muchas de sus bravuconadas. Ni el Pentágono ni la CIA y sus servicios de inteligencia ni el colosal lobby económico estadounidense le van a permitir que resquebraje los cimientos del imperio. El pueblo de Estados Unidos envió a su casa a un presidente porque había mentido en una cuestión de relieve pero no trascendente. Conviene no olvidarlo. La diplomacia mexicana, también la internacional y de forma especial la española, deben esforzarse por fragilizar el encontronazo provocado por Donald Trump. Para México, para Estados Unidos y para el mundo entero resulta conveniente una relación de normalidad entre las dos mayores naciones de habla inglesa y de habla española, enterrando la felonía de los muros vejatorios y los inadmisibles improperios.
Luis María Anson, de la Real Academia Española