Editorial-El Correo
- La muerte del expresidente de Uruguay es también el fin de un mundo de honesta austeridad frente a la desmesura y la imposición actuales
La muerte de Pepe Mujica es también el fin de un mundo sencillo en su austeridad que se va con él, sustituido de golpe por otro radicalmente diferente. Presidente de Uruguay de 2010 a 2015 y superviviente de su dictadura militar, que le retuvo en condiciones infrahumanas durante 15 años, Mujica se ha ido convertido en un referente que trasciende la ideología y las tendencias, especialmente en una Sudamérica de luto. El líder que hizo de la sobriedad y la defensa de los más vulnerables su seña de identidad ha fallecido en un contexto que no guarda semejanza alguna con su modesto pero valioso legado. El exguerrillero siguió viviendo en una pequeña granja antes que en el Palacio presidencial, en metafórico contraste con las maneras de los mandatarios que rigen hoy la geopolítica desde la desmesura y la imposición.
El día que moría el hombre que donaba gran parte de su sueldo a organizaciones benéficas y empresas en crisis, Donald Trump recibía como regalo de Catar un Boeing 747 que podría transformar en su nuevo Air Force One y Putin volvía a acallar con bombardeos la posibilidad de una tregua en Ucrania. Con José Alberto Mujica Cordano, fallecido a los 89 años, se acaba una etapa de liderazgos sobrios y aprecios indisimulados más allá de las siglas, como también lo fueron los de Obama en América y Merkel en Europa. Y aflora otra huérfana de referencias de honestidad y personalidades ejemplares, cuya autoridad debería emanar del respeto y no de la tiranía y la amenaza.
De origen vasco por la vía paterna, Mujica logró lo que está al alcance de pocos: un respaldo amplio y plural para llegar a la presidencia de Uruguay con el 55% de los votos, lo que sirvió para profundizar en el giro progresista del país. Conocido como ‘el presidente más pobre del mundo’, título que matizaba porque «pobres son los que precisan mucho» y él no lo era, deja una herencia que convendría destacar y, más importante aún en algún caso, poner en práctica. Suyas fueron medidas de impacto como el matrimonio entre parejas del mismo sexo y la legalización de la marihuana en combate contra el narcotráfico. Pero sobre todo abanderó la educación, la seguridad, el medio ambiente y la lucha contra la pobreza y la indigencia. Evitó cargar contra los responsables militares de la dictadura, aunque le costara severas críticas siendo él una víctima de sus abusos. Pero prefirió aplicar una máxima que podría funcionar como ejemplo de valores y epitafio: «No al odio, no a la confrontación».