Más tarde vinieron las elecciones del 20-D y las del 26-J. En ambas el peligro de ser superados por Podemos, partido legitimado por los votos pero también por pactos municipales y autonómicos suscritos con el PSOE, fue una realidad tan cercana que el terminar siendo el segundo partido fue un triunfo sobre el que asentar prestigio interno y legitimidad orgánica. Después de las convocatorias han sido evidentes dos complejos que se han ido fortaleciendo. Al primero ya me he referido en otros artículos y lo he denominado el síndrome de Estocolmo del PSOE, atenazado por la presencia de Podemos. El segundo podría ser denominado como el complejo de la pureza o el de Narciso, que se define por la voluntad de no mancharse con acuerdos con determinados partidos, especialmente con la expresión política más poderosa de la derecha española. Olvidan, presos del primer complejo, que cuanta más importancia den a Podemos menos capacidad tendremos de volver a ser una alternativa de centro izquierda como lo hemos sido desde 1977 y olvidan, cautivos del segundo, que los partidos son un instrumento de la sociedad, no un fin en sí mismo al que la sociedad admira y perdona los errores cometidos o su inoperancia. Los partidos narcisistas caen en una disyuntiva muy peligrosa: o son partidos sin influencia, inútiles como instrumento de poder y cauce de participación o terminan siendo, cuando no lo son desde sus orígenes, partidos con tics totalitarios; siendo imposible por su origen y trayectoria que el PSOE adquiriera tintes totalitarios, corre el peligro de ser muy puro pero incapaz de seguir trasformando la sociedad española, corre el riesgo de mantener intactas esencias seculares dejando de ser útil para una sociedad abigarrada de contradicciones, que no atiende a los clichés tradicionales, abolidos por una revolución tecnológica que sin darnos cuenta ha cambiado todo de la forma más radical.
Los partidos tienen que ser, desde sus postulados ideológicos, sobre todo útiles para la sociedad. En esa dirección el mayor problema que encuentran, y se ve muy claro en el PSOE, es confundir sus señas ideológicas con el sectarismo; la oposición al PP puede ser en un momento determinado rentable electoralmente y conveniente desde un punto de vista social, pero si es cerrada, sin matices ni excepciones, no es una seña ideológica, es una expresión de sectarismo. Al PSOE se le planteó el día posterior a las últimas elecciones generales una cuestión que recoge todos los conflictos referidos: ¿qué hacer siendo el segundo partido del Congreso a 52 diputados del primero? La opción narcisista era decir que no a todo y a todos, alejarse de la zona de contagio y mantenerse puro en los márgenes de la política útil, la otra opción era pilotar desde el Congreso una política de oposición responsable. La primera llevará al PSOE, en el caso de que Rajoy logre formar gobierno, a competir en la oposición con Podemos, más desahogado y menos limitado por la responsabilidad. En este caso no creo que sea fácil para los socialistas, poco acostumbrados a sombras como las del partido de Iglesias, deshacerse de ellos y conseguir durante esta legislatura volver a convertirse en la única alternativa al PP.
La segunda opción, tal vez ya perdida una vez que Ciudadanos ha movido ficha, sería permitir a Rajoy formar Gobierno, estableciendo puntos de política grande para condicionar en lo posible el transcurso de la legislatura. Esto daría a los dirigentes del PSOE la llave de la legislatura, convertiría a los socialistas en la alternativa del PP, trasladando a Podemos a un nivel secundario y convirtiéndoles en el ejemplo de una política gamberra que los ciudadanos sólo apoyan en periodos cortos. Además, por otro lado, la opción de la abstención condicionada habría convertido a Pedro Sánchez en un líder con capacidad de dirigir y recabar confianza y esperanza de los sectores sociales que determinan la diferencia entre los partidos de gobierno y los de oposición; habría pasado de ser un aspirante precario a ser un líder sólido, de ejercer su autoridad en los límites sociales del PSOE a ejercer influencia más allá del partido.
Mi punto de vista queda claro, pero no es más que eso, y no me gustaría que fuera interpretado como una voz más del denso coro de extorsionadores sin rigor intelectual o con intereses inconfesables. Es una visión desde la periferia del PSOE y me gustaría que pudiera integrarse en un debate amplio de los socialistas con los sectores sociales responsables y reformistas que no tienen hoy amparo político. Desempeñando ese papel hemos sido un partido fundamental para la modernización de España, no deberíamos olvidarlo, presos de miedos y narcisismos.