- La entrada de terroristas en las listas de Bildu, aliado estratégico del PSOE, torcería el gesto de cualquiera. ¿Incluso el del presidente del Gobierno?
Antes de lo de los 44 terroristas en las listas de Bildu, antes de que explotara esa bomba en la campaña, lo más cerca que estábamos los españoles de hablar de ese pasado eran las noticias que explicaban que el PP sólo había logrado presentar listas en la mitad de los 88 municipios guipuzcoanos y en menos de una quinta parte de los 272 de Navarra.
Un dato frío que, sólo elaborando el argumento, llegaba a la explicación de que, a pesar del fin de los años del plomo, aún falta libertad, y algunos derechos fundamentales no se pueden ejercer en determinadas poblaciones donde, en las generales, el PP sí tiene votos.
Quién nos iba a decir, hace apenas una semana, que la campaña de las municipales de toda España se iba a centrar en Bildu. Pero eso es consecuencia, entre otras cosas, de la omnipresencia de Pedro Sánchez… y de las alianzas que, en contra de una gran parte de los dirigentes de su partido, lo llevaron al poder en la moción de censura y que ha mantenido (o tenido que mantener) durante su legislatura en la Moncloa.
Si la campaña fuese más normal, estaríamos hablando de las ofertas y regalos del PSOE. Pero todo se ha ido al carajo. Hasta la campaña del PP. ¿O es que acaso alguien se ha enterado de que los de Feijóo presentaron hace una semana una proposición de ley para que España, por fin, se atenga a las normas que exige la Comisión Europea en el proceso de elección de los vocales del CGPJ?
Hablando del PP, hace un par de días el diario canalla de campaña que está publicando en EL ESPAÑOL, Cristian Campos se preguntaba por las dudas existenciales de los populares una vez se abran las urnas: ¿evitar a Vox o aceptar que la extrema derecha es necesaria para «derogar el sanchismo»? ¿Con qué cara llegaría Feijóo a las generales de diciembre si ya se ha visto que necesitará sentar a Santiago Abascal a su lado, en la Moncloa?
Esta semana he podido ver A Hidden Life. Una película tremendamente turbadora la última de Terrence Malick, en la que relata la historia real del austriaco Franz Jägerstätter: un objetor de conciencia que se negó a luchar para los nazis durante la II Guerra Mundial y acabó siendo ejecutado por traición en 1943.
Lo realmente tremendo de las tres horas de metraje es cómo el guion describe la presión, las humillaciones y agresiones a las que él primero y su mujer e hijas después eran sometidos en su pequeño pueblo de los Alpes. Y no pude evitar acordarme de esos pueblos vascos y navarros donde todavía no hay libertad, por mucho que ya no haya asesinatos, bombas y secuestros.
La cinta está llena de referencias bíblicas y varios personajes tienen verdaderos paralelismos con personajes del Evangelio. Uno de ellos, el que podría ser Poncio Pilato, está encarnado por Bruno Ganz, en el último trabajo que hizo antes de morir, encarnando al presidente del tribunal militar que juzga al protagonista. Pero que, antes de condenarlo, trata de convencerlo para que le engañe en público y poder, así, salvarlo de la pena de muerte.
Al verlo, me acordé de una historia que me contó de pequeño un cura del colegio, sobre un actor al que, cuando era joven, guapo y feliz, lo eligieron para hacer de Jesús y, pasados los años, arruinado y triste, fue seleccionado para hacer de Judas. Porque Ganz es ese actor que saltó a la fama mundial por encarnar, 15 años antes, al más terrible y creíble Hitler en El hundimiento… y tal vez quiso hacer este otro nazi, con un mínimo de alma y conciencia, para que su cara no fuese recordada solamente por aquello.
Al acabar la película me quedé pensando en eso: lo de las caras que se te quedan después de darle vida a un personaje. Y me pregunté en este caso, no por Feijóo y Vox, sino por Sánchez, a quien lo de Bildu le persiguió hasta el jardín de la Casa Blanca el viernes pasado, destrozando su gloriosa apertura de campaña en el despacho oval.
¿Con qué cara recibiría la noticia de los 44 etarras en la lista de sus socios de legislatura? ¿Con qué cara miró a Page, el otro día, cuando su barón gritó en un mitin compartido que «con Bildu ni a la vuelta de la esquina»? ¿Con qué cara llegará a diciembre si «cuenta con su apoyo»?