ABC-LUIS VENTOSO

La mayor victoria desde que César conquistó las Galias se queda en nada

QUÉ noche la de aquel día. Euforia desbordada en el balcón de Ferraz en la madrugada del 28 de abril: 123 escaños para el PSOE, ¡a 53 de la mayoría absoluta! La mayor gesta desde la conquista de las Galias por César. En la TVE de Rosa María y en las cadenas encarnadas se agotaban los superlativos. España giraba al progresismo. A Sánchez, Calvo, Lastra y Begoña Gómez, la mujer del líder, no les cabían las sonrisas en sus rostros alborozados. Los simpatizantes congregados alrededor de la sede socialista se arrancaron entonces a corear una consigna espontánea (perfectamente orquestada por el aparato): «¡Con Rivera no, con Rivera no!». Begoña se sumaba al coro, batiendo palmas con mucha risa. El líder, encantado, muy sonriente, se mostraba cómplice con el clamor: «Ya os he escuchado. Ha quedado bastante claro». ¿Quién necesitaba a Rivera, secuaz de la luciferina derechona, cuando la histórica victoria abría la puerta a un gran Gobierno de progreso, a buen seguro «monocolor»? «Hemos ganado las elecciones y vamos a gobernar. Ha ganado el futuro y ha perdido el pasado», sermoneaba el presidente. Todos los politólogos de guardia parecían concordar, porque de repente la aritmética parlamentaria había desaparecido del imaginario español. Sánchez iba a gobernar en solitario sin ningún problema, por la sencilla razón de que le apetecía.

Evocando aquella velada, tiene su puntillo de justicia poética que el político que ha convertido el marketing y la egolatría en su programa recibiese un cubo de agua helada ayer en el Parlamento: más «noes» que «síes», un repaso que lo deja hibernado en La Moncloa. La verdad de esta embarullada historia es que Sánchez ha intentado en todo momento armar un Gobierno «Frankenstein 2» sostenido por comunistas y separatistas (ahí están la abstención de Bildu y ERC y el disgusto de Rufián). Al final Iglesias puso un precio tan alto que Sánchez no lo aceptó. Pero no por principios, como quiere hacer ver ahora, sino porque lo que pedía el jefe comunista mermaba el poder de un personaje que se ha acostumbrado a denominarse a sí mismo «El Presidente» y que no soporta que alguien le pueda hacer luz de gas. Sánchez sí tragaba con gobernar con Podemos: les ofreció una vicepresidencia, aunque fuese florero, y tres ministerios. Un ofertón para un partido en declive. La sorprendente bofetada de Iglesias con su «no» lo obligó ayer a virar su discurso sobre la marcha. Pasó entonces a tachar a Podemos de partido sin experiencia, incapaz de gestionar cosas serias. Lo decía el mismo Sánchez que regaló a esos incompetentes las alcaldías de la capital de España, de Barcelona y de varias urbes de relieve. La incongruencia maniobrera habitual.

Lo mejor serían otras elecciones. Los españoles tendrían la oportunidad de meditar sobre si desean un cierto retorno al bipartidismo, que permita reformar la ley electoral para dar estabilidad al país, o continuar con la ensaladilla de siglas, los facazos por las sillas y la parálisis. Ayer el dato de paro fue el peor desde 2012. Entretenidos con Franco y el Falcon, llevamos sin Gobierno desde junio de 2018.