«Asumir la responsabilidad habría sido trabajar; reconocer los graves errores tácticos de la última época», clama Arcadi, y «una vez hecho esto, poner el cargo a disposición de las conclusiones de esa reflexión». Así pues, Rivera debería haber actuado como Pablo Iglesias con su chalé: convocar una consulta en el partido para después poder decir, como él, «las bases me obligan a seguir».
En cualquier caso, hay que reconocerle a Sánchez el mérito de resolver en menos de cuarenta y ocho horas un acuerdo de gobierno con Podemos que fue imposible concretar durante cinco meses de negociaciones intercaladas con largos viajes internacionales, tan arduas que llegaron a robarle el sueño. Es digna de admirar semejante capacidad resolutiva en quien presume de firmes convicciones y no ser veleta.
Las elecciones han dejado un país… distinto. Se convocaron sobre los ecos del «¡con Rivera, no!» y ciertamente Rivera ya no está. Continúan hoy con una reunión de Lastra y Rufián que demuestra que Junqueras, que no estaba, vuelve a estar.
Al menos, siempre nos quedará Tezanos. Tras haber pronosticado a su partido treinta escaños más de los que ha conseguido a la hora de la verdad, ha tranquilizado a sus fans garantizándoles que él no es como otros: seguirá. «No soy adivino ni el CIS una casa de adivinanzas», ha dicho. Pues eso.