Ignacio Ruiz-Jarabo-Opinión

El proteccionismo es un fracaso y la historia económica así lo enseña

La irracional pasión con la que los españoles abordamos casi todas las cuestiones, entre ellas las políticas, provoca que hoy en los debates públicos o privados exista una agresiva exigencia para confesarse trumpista o antitrumpista. Y por la agobiante dictadura de lo considerado políticamente correcto, el que no cede a la tentación de atacar de modo furibundo al actual mandatario estadounidense resulta inmediatamente etiquetado como partidario o seguidor de Trump.

Yo me niego a participar de ese apasionamiento contrario a la razón y aspiro a conformar mis reflexiones y mis opiniones con una base más analítica. En su momento, manifesté que lo mejor de la reciente victoria electoral de Trump consistía en la derrota de Kamala Harris y así lo sigo pensando. Para mí era una buena noticia, y lo sigue siendo, que el pseudo izquierdismo woke que representaba la derrotada no accediera a la Casa Blanca. Junto a ello, y pese a que la candidatura de Trump iba acompañada de algún signo inquietante -sus inadecuados modales, ciertos tics autoritarios, su posición ante la Justicia, algunos apoyos no aconsejables-, su oferta resultaba y resulta atractiva en otras cuestiones relevantes en especial de contenido económico como la promesa de bajar los impuestos, disminuir la regulación, apostar por la reindustrialización o reducir la Administración y la burocracia. Afortunadamente, perdió Harris y ganó Trump y éste ha dejado claro en el inicio de su mandato que pretendía acabar con dos hechos -de inmediato serán comentados- que consideraba nocivos para sus compatriotas, algo que ya había anunciado en su campaña. Y aquí es obligado, como español, manifestar una sana envidia pues, ya se sabe, en nuestro suelo patrio estamos asistiendo al espectáculo que supone hacer desde el Gobierno lo que en campaña se negó que fuera a hacerse.

Trump, y con él la mayoría de los norteamericanos, se han cansado de la fiesta socialdemócrata de los europeos y exigen, para mí de forma inobjetable, que los defendidos empiecen a asumir mayor protagonismo en su defensa. El cambio de actitud de la Unión Europea demuestra hasta qué punto ha acertado Trump

Uno de los dos hechos relevantes abordados por Trump ha sido el anómalo estatus presente en la defensa del mundo libre para protegerle de las amenazas que debe afrontar, hasta hace poco la que representaba el criminal comunismo totalitario de la extinta Unión Soviética, ahora la que representa el criminal imperialismo nacionalista y autocrático de la Rusia de Putin. El bien protegido y a proteger eran -son- las democracias, pero su defensor casi único eran -son- los Estados Unidos. Éstos eran -son- los que asumían -asumen- en gran parte el coste económico de defenderlas mientras las defendidas destinaban -destinan- sus recursos económicos a sufragar alegremente gastos generadores de actitudes colectivas contrarias al trabajo, al esfuerzo y  a la asunción de riesgos. Trump, y con él la mayoría de los norteamericanos, se han cansado de la fiesta socialdemócrata de los europeos y exigen, para mí de forma inobjetable, que los defendidos empiecen a asumir mayor protagonismo en su defensa. El cambio de actitud de la Unión Europea demuestra hasta qué punto ha acertado Trump, cuestión que prácticamente solo es negada por los que mantienen actitudes tan obsoletas, anquilosadas y peligrosamente conniventes con el totalitarismo como las que en España representa Podemos.

El segundo hecho que Trump está abordando es el combate contra los dos principales problemas económicos de su nación: el déficit comercial de los Estados Unidos cuya existencia es tan cierta como la enormidad de su dimensión pues sus importaciones superan en un 50% a sus exportaciones -13,5% y 9% del PIB norteamericano respectivamente-; y el proceso de desindustrialización pues el peso del sector industrial en el PIB de USA no para de caer, 23% en 1.998, 21% en 2.008, 18% en 2.018, 17% en la actualidad. Todo ello sin olvidar que hace años, EE UU perdió el liderazgo industrial del mundo a favor de China. Nada hay que objetar al objetivo de combatir ambos problemas, pero la receta aplicada por Trump es clara y flagrantemente errónea. La mejor manera -la única buena- para que un país reduzca o elimine su déficit comercial y revierta la caída de su industria es aumentar la competitividad de sus empresas interiores reduciendo la carga fiscal que soportan, disminuyendo los costes regulatorios que sufren, Impulsando la mejora de las infraestructuras industriales … pero en ningún caso recurriendo al proteccionismo, esa política económica históricamente fracasada.

Todos los proteccionismos han fracasado como, con toda seguridad, fracasará el de Trump si se convierte en duradero o estable y en su fracaso arrastrará a la economía mundial, también a la norteamericana, a situaciones críticas

Si, el proteccionismo es un fracaso y la historia económica así lo enseña. Fracasó en España el que propició Cambó a caballo entre los siglos XIX y XX. Fracasó el que se generalizó en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Fracasó el representado por la autarquía franquista tras nuestra Guerra Civil. Fracasó el propiciado en América Latina por las veleidades izquierdistas de la Cepal a partir de los últimos años del siglo pasado. Todos han fracasado como con toda seguridad fracasará el de Trump si se convierte en duradero o estable y en su fracaso arrastrará a la economía mundial, también a la norteamericana, a situaciones críticas.

He utilizado el condicional para condicionar el resultado del proteccionismo de Trump a que se mantenga en el tiempo o sea solo coyuntural. Tiene enjundia la cuestión pues pudiera pensarse que el rearme arancelario intenso y generalizado que acaba de aplicar la nueva Administración norteamericana es táctico y no estratégico. Si así fuera, Trump perseguiría a corto plazo que su Gobierno hiciera caja para que, una vez llena pueda desecharse ya la herramienta arancelaria y abordarse el coste de impulsar la competitividad de las empresas norteamericanas. Es decir, obtener recursos rápidos e ingentes a través de los nuevos aranceles para costear después la proyectada reducción de impuestos que abarate el precio de los productos fabricados en USA en su salida al resto del mundo.

Personalmente, esta última opción me suena a la música de lo preconizado antiguamente por los peores arbitristas españoles, esos que en su ensueño ideaban sobre el papel soluciones atractivamente sencillas para resolver problemas extremadamente complejos. Como Sancho de Moncada, aquél que propugnaba la nacionalización integral de la industria española para impulsar así la bonanza de la economía nacional. ¿A que les suena la idea? Pero el arbitrismo español también fracasó y ninguna de las encrucijadas que sus ensoñados practicantes se creían capaces de resolver resultaron resueltas con sus recetas.

Una nueva ola de antiamericanismo se extiende por la geografía mundial, circunstancia que será aprovechada -ya lo está siendo- por todos los izquierdistas que en el mundo hay. Las bajadas bursátiles son fácilmente reversibles, el despertar del monstruo proteccionista y el impulso a la ola de antiamericanismo, no tanto

Por todo lo expuesto, creo que la terapia arancelaria decidida y aplicada por Trump constituye un error y sus primeras consecuencias así parecen evidenciarlo. Las bolsas mundiales han reaccionado con generalizados movimientos bajistas y la reacción de los países del resto del mundo, respondiendo a los aranceles de Trump con aranceles simétricos, pueden ser un síntoma del despertar del monstruo proteccionista. Sin desdeñar que una nueva ola de antiamericanismo se extiende por la geografía mundial, circunstancia que será aprovechada -ya lo está siendo- por todos los izquierdistas que en el mundo hay. Las bajadas bursátiles son fácilmente reversibles, el despertar del monstruo proteccionista y el impulso a la ola de antiamericanismo, no tanto. Por eso, creo errónea la jugada arancelaria de Trump incluso aunque sea solo meramente táctica.

Las recetas woke de Kamala

No es fácil imaginar que Trump vaya ahora a rectificar. Es más, imaginarlo resulta extremadamente difícil por no decir imposible. Significa eso que su nueva andadura presidencial se inicia con un doloroso baldón a sus espaldas. Pero como me niego enérgicamente a utilizar cualquier concepción irracional, apasionada y prematura en mis análisis y opiniones, me niego también de forma categórica a participar del aquelarre anti trumpista que se ha instaurado en la sociedad española. Su mandato presidencial dura cuatro años y no cuatro semanas, en él habrá aciertos y errores -la subida de aranceles es uno clamoroso- y será el efecto global de unos y otros el que permita hacer un juicio técnico, ponderado e imparcial sobre la política económica que aplique. Por razones obvias, nunca podrá compararse con lo que hubiera sucedido de aplicarse las recetas woke de Harris pero, en este punto, yo me reafirmo en lo que ya dije y he reiterado en este artículo. Para mí, lo mejor de la victoria de Donald Trump fue la derrota de Kamala Harris.