Francisco Rosell-El Debate
  • Lejos de asumir su responsabilidad, estando imputados su fiscal general y quienes se alternaron en la Secretaría de Organización del PSOE para auparle a Ferraz y a La Moncloa, Sánchez se bunkeriza destrozando la democracia

Al arribar a la secretaría general del PSOE, Pedro Sánchez, del que se ignoraba que había plagiado su tesis y había sufragado su tren de vida y su carrera política con el dinero negro del suegro proxeneta, se comprometió vía tuitera que proscribiría a quien fuera sometido a juicio oral «se apellide como se apellide». Empero, conocedor de sí y de su parentela, calló sobre qué ocurriría si era él quien transmutaba La Moncloa en centro de negocios matrimonial –hoy su tetraimputada mujer camina al banquillo– o enchufaba en una Diputación de su cuerda al hermano –hoy a las puertas de juicio– al que dio clandestino cobijo monclovita mientras su domicilio fiscal figuraba en Portugal para eludir el fisco del país que le pagaba un sueldo fijo por un dudoso trabajo al ser quiera era.

Al sonar los clarines del miedo y abrirse de capa los jueces, Sánchez confirma que irá a la reelección –como si tuviera otra opción– para evitar deserciones anticipadas, al mismo tiempo que augura que «el tiempo pondrá las cosas en su sitio» como si fiara su designio al calendario y no corriera más que el tío de la lista para maniatar a la Justicia con sus liberticidas contrarreformas. «No podemos dejar los cuellos al descubierto y que la guillotina caiga sobre ellos», se dirá Sánchez como un personaje de House of Cards. Menos cuando pende sobre su cabeza la supuesta financiación ilegal del PSOE y de su campaña a la Internacional Socialista con el Delcygagte de banquero. Si España fuera Francia, «Noverdad» Sánchez debería poner la barba a remojar luego que su Justicia haya sentenciado al expresidente Sarkozy por asociación de malhechores debido a la financiación libia de las presidenciales de 2007. Pero Sánchez cavilará que sólo al otro lado de los Pirineos se pena al cerebro de una trama como ‘La banda del Peugeot’ por recibir 50 millones de euros de Gadafi con varios ministros implicados.

Lejos de asumir su responsabilidad, estando imputados su fiscal general y quienes se alternaron en la Secretaría de Organización del PSOE para auparle a Ferraz y a La Moncloa, Sánchez se bunkeriza destrozando la democracia y troceando la nación, cuya presidencia deslegitima con sus abusos. «Don Teflón», como si fuera el mafioso norteamericano Gotti para la prensa anglosajona, busca sojuzgar a una desguarnecida democracia ante quienes usan el poder de las urnas para pervertirla en autocracia electiva.

Como encarnación de la degradación de la democracia y de la involución de un PSOE podemizado, Sánchez es un peligro público que no sabe de rayas rojas como sus predecesores. Tras perder los comicios de 2023, se parapetó en La Moncloa mercadeando su presidencia, al revés que González que, pese a su «dulce derrota» con Aznar, rehusó hacer un zurcido con sus detractores para preservar un legado socialdemócrata y atlantista que Sánchez ha arrojado por la basura emulando al bolchevizado Largo Caballero en la II República. Pero tampoco su familismo amoral le hace dimitir como a Guerra, aunque fuera a trancas y barrancas, de vicetodo de González por el despacho de su hermano Juan en la Delegación del Gobierno en Sevilla. Pero, si se domina la propaganda, el retroceso torna en progreso.

En este sentido, parafraseando al Guerra fértil en metáforas, con Sánchez, a España y al PSOE no lo reconocen ni la madre que los parió. Es más, si Rubalcaba, quien acuñó lo de «Alianza Frankenstein», subrayaba que España enterraba muy bien, ahora ni eso con Sánchez en guerra civil contra la oposición y contra sus críticos en el PSOE. Si ya borró la memoria de los socialistas asesinados por ETA para gobernar primero Navarra y luego España con la venia de EH-Bildu, ahora afea el agradecimiento de Aragón al barón socialista y ocho años presidente autonómico, Javier Lambán, al otorgarle su Gobierno a título póstumo el Premio Gabriel Cisneros por su defensa de la Constitución.

Pero qué esperar de un sanchismo que alienta sotto voce expulsar a su refundador sin reparar en que un obseso por cómo lo tratará la historia como Sánchez puede engrosar la crónica de la infamia. Sin aparente pasado, más allá de ser concejal y diputado de rebote, supo ocultar su verdadera identidad a una sociedad adanista de la que ahora se ríe y a un partido al que impone un cierre de filas que ronda el culto a la personalidad. Después de mutar el PSOE y matar el sentido de la verdad, la gran duda estriba en si la democracia sobrevivirá a quien debiera marcharse por el banquillazo de su mujer y de su hermano.

Cuando dos familiares directos del presidente se sientan en el banquillo por delitos que no podían haber cometido sin su anuencia, España comienza a percibirse como una anomalía democrática equiparable a las autocracias con las que el sanchismo converge bajo el paraguas del Grupo de Sao Paulo y con las que se ha citado en la 80ª Asamblea General de la ONU. Pekín los cría y ellos se juntan a modo de nuevas «democracias populares» del siglo XXI evocando como se autodefinía un comunismo que no tuvo su Nuremberg como el nazismo. Así, en convergencia con ellos, Sánchez pregona luchar contra el extremismo que emplea contra los demás, mientras indulta al por mayor a bilduetarras y golpistas o al por menor a saboteadores a ladrillazo limpio de mítines de Vox con condenas firmes.

Con un presidente indecente, no cabe una democracia decente. Así lo entendía Sánchez cuando EH-Bildu incluyó a terroristas en sus listas municipales de 2023, pero que luego se reveló puro postureo. «Hay cosas que puede ser legales, pero no decentes», sentenció antes de volver a la cama con los etarras. De hecho, se atornilla a La Moncloa con conductas indecentes e ilegales. Pero, cuando la indecencia gobierna un país, sólo cabe la supervivencia, y ése no es destino deseable ni perdurable para nación alguna, pero a ello aboca Sánchez a esta desdichada España.