TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 02/04/16
· Si estos días hay un mantra en la conversación pública, una letanía para el rosario de la investidura, es, sin duda, diálogo. No hay palabra más invocada, con insistencia de harekrisnas: diálogo, diálogo, diálogo. Sánchez: «España necesita diálogo». Rivera: «Hay que dialogar, desde el acuerdo o desde la discrepancia». Iglesias: «Dialogar sobre todas las cosas». Sí, claro, es necesario; por eso todos, y particularmente Sánchez, se acogen a ese mantra. Pero resulta una paradoja chusca exaltar la virtud del diálogo, elevado a valor sagrado, y a la vez negarse a dialogar con el candidato más votado, por añadidura presidente en funciones, diciendo una y otra vez no a sentarse con Rajoy, una decena de veces «no es que no»… «a ver si se entera». Es ridículo.
Sánchez no cree en el diálogo. Las palabras, en la posmodernidad derridiana, no expresan la realidad; son máscaras para su teatralización. El nº1 socialista llama diálogo a pelear por ser presidente; por eso excluye a Rajoy. De hecho, cuando Sánchez fue candidato a la investidura, Rajoy sí acudió a hablar con él, siquiera por mantener las formas. Sánchez, en cambio, no le ha concedido la menor oportunidad. «No es no». En definitiva no se trata de que Rajoy piense, como Pinochet, que «el diálogo es un juego de comunistas que no me interesa».
Simplemente lo han vetado. Si la única combinación posible es pactar con Sánchez, y éste dice «no, no y no», parece claro que Rajoy, más allá de su torpeza en el escenario retirándose al segundo plano, no se ha excluido del tablero, sino que Snchz le ha sacado de él. Como suele suceder, el mantra es inversamente proporcional a la realidad.
El diálogo, claro, es un hábito político esencial –a Borges le gustaba añadir: de invención griega, como casi todas las grandes cosas– pero no se puede confundir diálogo con este ajedrez táctico de encuentros y desencuentros, de gestos de Márketing Lab, paseos, besos en el hemiciclo, vetos altisonantes, manos tendidas, «una inmensa acumulación de espectáculos» como preveía Debord. El trabajo del político no es sentarse a estar de acuerdo, sino a llegar a acuerdos.
Eso es dialogar, incluso para Thatcher, no con una pistola en cada mano como en la película de Cesc Gay, porque además, como decía Willy Brandt, uno no es presidente por bendición de Dios sino sumando votos en la Cámara. Aquí hasta ahora no manda el diálogo sino el veto, a partir del cordón sanitario impuesto por Snchz. Y el éxito, una vez más, ni siquiera es suyo: está en el ADN del partido desde el Tinell.
TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 02/04/16