Las precipitaciones, en política, acaban resultando caras. En el caso de Sanz, temeroso de que los socialistas le hagan la vida imposible preparando una moción de censura después de las elecciones generales, no tiene reparo a la hora de darles facilidades.
La reclamación de la voz propia en esta Nación de Naciones tranquiliza las conciencias de quienes tienen marcados complejos en relación al nacionalismo. Se trata de frases tan usadas hasta el abuso que hay que descodificarlas para saber de qué estamos hablando. Ibarretxe volvió a mostrar su herida al descubierto al decir, ayer, que el futuro del pueblo vasco lo vamos a decidir aquí «en Euskadi y en Vitoria; no se va a decidir nunca en Madrid».
Aquel plan que aprobó el Parlamento vasco y que no pasó el filtro del Congreso de los Diputados porque los dos partidos mayoritarios veían en ese proyecto un marcado perfil de nacionalismo obligatorio, el lehendakari lo lleva clavado como una espina. La palabra del Parlamento vasco no fue soberana. Las Cortes echaron para atrás el proyecto del lehendakari y sus socios. Por eso él insiste. Lo seguirá haciendo en cuanto se abra el curso político en setiembre. A ver si con un poco de suerte le arranca al presidente Zapatero la misma promesa que les dedicó a los catalanes en aquella campaña en la que actuaba, todavía, como jefe de la oposición. Mientras la soberanía no recaiga sobre la ciudadanía vasca, él seguirá impasible el ademán.
Todas las familias nacionalistas hacen bandera de esta causa, con tanta insistencia que, por influencia de la emergente Nafarroa Bai, los socialistas navarros le han vapuleado al presidente del Gobierno, Miguel Sanz, con la idea de que su vínculo con el PP era una rémora; el dirigente de UPN, sometido a una olla a presión que muy pocos saben, ha terminado por equivocarse de táctica. Porque después de tan lamentable proceso de negociación de los dos últimos meses, quienes tienen un verdadero problema doméstico son los socialistas navarros con la dirección de su partido en Madrid. Pero la extemporánea reivindicación de Sanz de crear un grupo propio de UPN en el Congreso de los Diputados ha logrado desviar la atención del descontento en las filas socialistas hacia una hipotética división entre UPN y PP que no existe. Las precipitaciones, en política, acaban resultando caras. En el caso de Sanz, temeroso de que los socialistas le hagan la vida imposible preparando una moción de censura después de las elecciones generales, no tiene reparo a la hora de darles facilidades. De poco le está sirviendo de momento. Chivite, atribuyéndose la idea de que UPN tenga grupo propio en el Congreso, le ha dejado al descubierto.
En el entorno de la izquierda abertzale, mientras tanto, la agenda de manifestaciones y terrorismo callejero sigue repleta de citas. El alcalde donostiarra Odón Elorza se queja, con razón, de la falta de previsión de la Ertzaintza para cortar de cuajo los ataques de vandalismo de barrio. Pero el consejero Balza, el propio alcalde y el delegado de gobierno, Paulino Luesma, se han metido en el barrizal de la polémica de escaparate que no aporta más que despiste en la lucha contra el terrorismo. Justo lo contrario de lo que se necesita.
TONIA ETXARRI, El Correo, 18/8/2007